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lunes, 25 de julio de 2016

CRÍTICA EL MITO DE BOURNE (2004), POR ALBERT GRAELLS

SISTEMA DE CALIFICACIÓN: ☆ MALA BUENA MUY BUENA EXCELENTE

Sinopsis: Dos años después de los acontecimientos sucedidos en “El caso Bourne”, Jason Bourne vive escondido con Marie, ambos viven clandestinamente en un lugar perdido del mundo, tratando de que nadie les encuentre y de que todos les olviden. Pero terminan encontrándolos. Viendo que no puede escapar de su pasado Bourne seguirá sus propios pasos para acabar con aquellos que le quieren muerto, y para saldar deudas.

“El mito de Bourne”, como secuela, resulta evidentemente superior y mejor que su antecesora, que ya era buena. Resulta mejor en parte por la dirección. A priori puede parecer que tanto “El caso Bourne” como “El mito de Bourne” se parecen en la manera de haber sido dirigidas, a pesar de haber sido dirigidas por directores con haceres muy diferentes, Doug Liman y Paul Greengrass. Sin embargo hay una perceptible diferencia de estilo. Es cierto que tanto Liman como Greengrass idean el mismo montaje frenético en las escenas de acción, pero ruedan de diferente forma. Mientras que Liman es más “clásico”, Greengrass resulta más “documentalista”. Eso no quiere decir que “El caso Bourne” sea una película clásica y “El mito de Bourne” un documental, no es lo mismo un género cinematográfico que el estilo o hacer de un director.

Greengrass consigue, con su modo de hacer, que el espectador tenga la sensación de estar dónde están los personajes, consigue que el espectador se introduzca en la historia de la película, que vea lo que sucede no como espectador sino como testimonio presente, como si estuviese en la misma película. Eso es algo que no hizo, o no supo hacer, Liman en “El caso Bourne”.

“El mito de Bourne” supone, gracias en parte al trabajo de Greengrass pero también al guión de Tony Gilroy (“Michael Clayton”), una de las pocas propuestas del género de acción verosímiles de verdad, que el espectador pueda creer que pueda suceder de verdad, que es posible que pueda suceder de verdad, que reconozca lo que ve como el mundo real en el que vive.


Eso no sólo se consigue con la historia que se construye en la película, las tramas, los personajes y los conflictos, sino también con la acción, con las escenas de acción. La manera en que las escenas de acción están hechas en “El mito de Bourne” hace que el espectador se las crea como reales, como posibles, como verosímiles. En la película no vemos a dos tíos atizándose encima del brazo de una grúa de la construcción moviéndose, o un hombre de 50 años aguantando la respiración cinco minutos bajo el agua mientras le arrastra un turbina, sino peleas y persecuciones realistas.

Por desgracia, el estilo de las secuencias de acción de las películas de Bourne también ha hecho daño, pues ha sido copiado y mal, ha sido copiado mal. Luego han salido directores que se creían que por agitar la cámara como si el operador tuviera párkinson y estuviera ebrio y montar diez planos por segundo tenían escenas de acción de puta madre, y terminaron por hacer escenas de acción de puta mierda como en “Quantum of solace” o “Venganza: Conexión Estambul”. Y no se trata de eso, no se trata de mover la cámara como mueves un yo-yo y montar un plano por frame, se trata de rodar bien, de idear el ritmo en el rodaje, se trata de pensar qué planos quieres y cómo los quieres, se trata de idear, componer y planificar, no de poner treinta cámaras en treinta sitios diferentes, moverlas todas como vas moviendo un cubo de rubik, y ya luego en montaje ponemos esto aquí y eso allá y aquello acá. No. Si no saben cómo Greengrass hizo las escenas de acción de sus películas de Borune, le llaman y le preguntan. Si yo tengo que hacer una cosa y no sé como se hace, pregunto para saber cómo hacerlo, porque si me pongo a hacerlo sin saber cómo se hace lo haré mal, que es lo que han hecho copiando el estilo de las escenas de acción de las películas de Bourne.


Si “El caso Bourne” hacía una extrapolación de las conocidas e infames incursiones de la CIA en el extranjero, siempre a perjuicio de los habitantes de las regiones que sufrían dichas incursiones, “El mito de Bourne” centra su mirada crítica en aquellos patriotas de boquilla y de bolsillo, cómo se excusan de que hacen lo que hacen por su país cuando en realidad lo hacen por sus cuentas corrientes, justificando sus crímenes y su corrupción con el patriotismo cuando en realidad lo hacen para hacerse más ricos y todo lo demás no les importa, hacerse ricos incluso a costa de la vida de otros. Y no sólo eso, la película también muestra con mirada severa la praxis mafiosa de los políticos y empresarios corporativistas rusos. Por supuesto, esto no es “La revolución de los ángeles” (Marc Barbena, 2015) ni “Cinco metros cuadrados” (Max Lemcke, 2011), Greengrass no hace drama social de crítica política. Greengrass lo que hace, y lo hace muy bien, en parte también por el trabajo de Tony Gilroy, es introducir la crítica socio-política en las tramas que se van desarrollando. La crítica socio-política en “El mito de Bourne” no es un elemento que sobre ni que esté introducido con calzador, sino que sirve para que las tramas se vayan desarrollando, y además también como elemento para hacer identificativo el mundo que el espectador ve en la película como el suyo propio, como el mundo real en el que vive.

La película usa la ficción para extrapolar en ella una realidad que no se ve mucho ni de la que tampoco se habla mucho, pero que está ahí, condicionando nuestras vidas. En las películas de “Misión: Imposible”, que tienden más a lo fantástico que a lo real, el personaje de Jason Bourne sería más bien un villano, un antagonista, como el malo de “Misión: Imposible 2” (John Woo, 2000). Pero en la vida real los Jason Bourne de turno son meros peones a manos de los verdaderos malvados, que no son ex-superagentes secretos mejorados genéticamente ni científicos lunáticos de ambiciones napoleónicas con bases secretas en lugares exóticos. En la vida real los malos son gente mucho peor y más peligrosa, chupatintas de oficina con camisas blancas de algodón y corbatas de ochenta dólares, y Ward Abbot (brillantemente interpretado por Brian Cox) es una buena muestra de ello. Podemos encontrar a muchos Ward Abbot en la vida real, como Juan Ignacio Zoido, Jorge Fernández Días, Gerardo Díaz Ferrán, Dick Cheney o Henry Kissinger. Ellos deciden quien ha de morir en su beneficio, o ser espiado, o ser juzgado y condenado, o ser torturado, y mandan a gente entrenada para ejecutar ese trabajo. Son los Cheney, los Kissinger y los Zoido los malvados en la vida real, no los Jason Bourne. “El mito de Bourne” lo deja bien claro; Jason Bourne no es el malvado, es una herramienta usada por los malvados. Jason Bourne ha sido alguien malo pero no es malvado, él mataba pero no era él el que ordenaba los asesinatos, no es insensible, la culpa le atormenta, está arrpentido, incluso le pide perdón a la hija de unos padres que él asesinó por encargo. Ward Abbot, a diferencia de Bourne, sí es malvado, y no se arrepiente del mal que ha hecho sino que se arrepiente de no haber conseguido evitar tener que pagar las consecuencias del mal que ha hecho.


Tan corta que es la vida, y estos sociópatas se empeñan en malgastar la suya tratando de joder la de los demás, y luego pretenden llegar a la jubilación sin tener que pagar por todo el mal que han hecho, cuando lo que deberían hacer es coger una pistola y pegarse un tiro en la frente, como termina haciendo Abbot, pero no por arrepentimiento, sino porque no le queda otra, prefiere acabar con su vida antes que acabar en la cárcel, esta gente es así de cobarde. Por desgracia, salvo en contadas y agradecidas excepciones, en la vida real esta gentuza no suele pagar por las vidas que han destruido y destrozado, pero podemos consolarnos viendo que sí lo hacen en propuestas como el film de Greengrass.

En cuanto al aspecto actoral, en “El mito de Bourne” repiten Franka Potente, cuya aportación no supera los diez minutos pero está bien en la película; Brian Cox, que vuelve a hacer una actuación impresionante; Julia Stiles, que aquí luce más y mejor de lo que lució en “El caso Bourne”; y Gabriel Mann, que en “El mito de Bourne” también tiene la oportunidad de aportar más y mejor y la aprovecha.


Hay dos incorporaciones muy estimulantes en el reparto, Karl Urban y Joan Allen. Urban está grandioso, con un ruso impecable, incluido el acento, y una manera de hacer de su personaje alguien muy presente pese a ser bastante secundario. Allen también está estupenda, con una presencia muy marcada y dando vida a su personaje de manera que lo destaca.

Resulta atractivo lo que hacen Paul Greengrass y Matt Damon con el personaje de Jason Bourne en esta película. “El mito de Bourne” empieza con un Jason Bourne como héroe atormentado y ángel protector, y termina con un Bourne como héroe vencedor y ángel redentor. Hay un arco de transformación del personaje que resulta interesante y bien llevado.

También cabe destacar el trabajo en la composición musical de John Powell, que ofrece nuevos temas en los que Powell se inspiraría o recompondría para “Jumper”. Que no pasa nada, muchos compositores conocidos recomponen composiciones ya hechas para hacer temas en nuevas películas, desde Hans Zimmer hasta Steve Jablonsky. No pasa nada, si se hace bien y da buenos temas no hay problema. Powell compone un trabajo musical que en su conjunto está muy bien, sobretodo la parte del principio de la película, la que sucede en la India. Powell no se limita a hacer un copia y pega de lo que ya hizo en “El caso Bourne”, musicalmente expone la transformación del protagonista.

Mi calificación es: