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miércoles, 3 de julio de 2019

CRÍTICA MAQUIA: UNA HISTORIA DE AMOR INMORTAL (2018), POR ALBERT GRAELLS

SISTEMA DE CALIFICACIÓN: ☆ MALA BUENA MUY BUENA EXCELENTE

Cabe empezar esta crítica haciendo dos encarecidas recomendaciones. La primera, ver esta película. La segunda, verla sin saber previamente nada de ella, pues es la mejor manera de disfrutarla. En estas lineas no habrá ningún spoiler, pero de todos modos recomiendo no seguir leyendo sin haber visto antes la película, pues lo poco que vaya a contar de esta haría menos sorprendente y, por tanto, menos disfrutable su visionado. 

“Maquia: Una historia de amor inmortal” es fácilmente comparable con otra propuesta de similares características, “Nunca me abandones” (Mark Romanek, 2010). Ambas son producciones dramas teen para llorar a moco tendido, para verlas con una caja de clínex en la mano, y las dos películas tienen un inicio lento y no muy prometedor pero que no tarda en dar paso a una historia realmente apasionante, muy emotiva y considerablemente conmovedora. 

“Maquia” se ha vendido y promocionado de manera engañosa, pero no deshonesta. Con el póster de la película se procura que el espectador espere ver algo que en realidad no verá, pero con eso no se pretende tomar gato por libre al espectador sino sorprenderle. Imaginemos que, por ejemplo, “El juego de Ender”, siendo una película de ciencia-ficción buena parte de ella ambientada en el espacio, se hubiese vendido estratégicamente como un drama adolescente sobre bullying en que el protagonista sufre abusos tanto de compañeros como de su hermano mayor en un internado militar, sus padres no sólo no le ayudan sino que incluso sudan de él, y sólo recibe apoyo emocional de parte de su hermana. La película verdaderamente tiene esos elementos, y suficientes imágenes y escenas como para montar un trailer que haga intuir al espectador que verá una película que en realidad no es. No sería engañar al espectador con mala fe, pues la intención es sorprenderle positivamente. No es como cuando un trailer trata de vender una mala película como una buena película, habiendo trailers que realmente consiguen eso y no deja de ser meritorio, aunque también deshonesto. 


Leyendo el título y mirando el póster de la película, lo que intuye el espectador es que “Maquia” es una historia romántica dramática adolescente con algún elemento fantástico, como “La chica que saltaba a través del tiempo” (Mamoru Hosoda, 2006), o “Your Name” (Makoto Shinkai, 2016). Pero no. El amor al que hace referencia el título no es el amor romántico sino el maternofilial, y los dos adolescentes que salen en el póster no son novios sino madre e hijo. Aquí encontramos otro elemento de paralelismo, esta vez con “The sky crawlers” (Mamoru Oshii, 2008). Ambas películas no sólo comparten compositor (el brillante Kenji Kawai), sino también el elemento de los adolescentes perpetuos como protagonistas. 

La protagonista de “Maquia”, Maquia, pertenece a un grupo de gente de milenaria longevidad que deja de envejecer en la adolescencia. El pueblo de Maquia es atacado, pero ella consigue escapar, y, en su huida, encuentra en el bosque un bebé llorando en brazos de su madre muerta, asesinada en una emboscada. Maquia, para evitar que el bebé muera, decide criarlo ella misma como si fuera su hijo, por muchos sacrificios y dificultades que eso le conlleve, y le pone de nombre Ariel. El resto de la película desarrolla la relación entre Maquia, que no envejece, y Ariel, que sí envejece. 

Dicha historia ha sido ideada y escrita por Mari Okada, que en esta película, además, debuta en la dirección, y difícilmente podía haber empezado mejor. Nos encontramos con un relato épico-fantástico con un contexto muy parecido al de “Juego de tronos”. Incluso hay dragones. Pero la grandiosidad de la historia no viene de estar centrada en un ambiente fantástico y belicosamente político (o políticamente belicoso). Al contrario. A diferencia de la serie basada en las novelas de George R. R. Martin, en “Maquia” los protagonistas no son políticos ni reyes ni señores feudales, al contrario, son gente corriente. En esta propuesta la épica se muestra en y con la cotidianidad, pero no la cotidianidad palaciega de ámbitos aristocráticos sino la cotidianidad de la gente de a pie, de la gente de la calle, de los campesinos, de los mineros, de la taberneros, de la gente que trabaja duro y mucho para ganarse la vida, de la gente cuyo nombre no sale en los libros ni en las canciones de gesta. 


La épica no sólo se puede encontrar en grandes batallas, también puede haberla en la lucha de gente corriente por alcanzar sus objetivos y por superar las dificultades que va encontrando en la vida. ¿Acaso es menos épico que una batalla bélica de la que depende el futuro político de todo un reino el hecho de una madre adolescente soltera criando sin apenas ayuda de terceros un hijo que se va haciendo más mayor que ella? Es cierto que una guerra y un drástico cambio político afecta a muchas más personas que no los íntimos dramas personales de una familia o una pareja o un grupo de amigos, pero la épica no se mide tanto por el número de gente a la que afecta x suceso, al fin y al cabo el mundo personal y afectivo de cada uno de nosotros es muchos más estrecho y cerrado de lo que es el mundo que nos afecta política y socialmente, pero no deja de ser un mundo. Un divorcio, un accidente de tráfico, una muerte o una desahucio no afectará en las vidas de millones de personas, sólo en las de unas pocas, pero a esas pocas personas no les afectará menos esos sucesos por el hecho de que les afecte sólo a ellos, para esas pocas personas una tragedia familiar puede ser tan devastadora emocionalmente como puede serlo políticamente una guerra o socialmente un desastre natural. 

Eso el anime lo sabe hacer muy bien. Los que se dedican al anime, los que realizan anime saben tratar muy bien la épica, cuando se lo proponen consiguen hacer épica de cualquier chorrada, porque entienden que en cuanto a afectación emocional no hay ninguna diferencia entre la guerra más brutal y el entrenamiento de voleibol de una extra-escolar de un colegio de secundaria de la periferia de París. 


Un buen ejemplo lo encontramos en la que fue la mejor película del año pasado, “22 de julio” (Paul Greengrass, 2018). Al final de esa película el protagonista, Viljar (interpretado por Jonas Strand Gravli en una actuación de Oscar), debe testificar en el juicio contra Anders Breivik. La película no tiene ningún contexto fantástico o grandioso en el que se pueda sustentar la épica, no es “Juego de tronos” ni “El señor de los anillos”, no se ve a Jon Nieve desenvainando la espada ante la caballería de Bolton, ni se ve a Aragorn cargando a capa y espada contra el ejército de Mordor. Es un drama a lo “Ordinary people“, y el final es un adolescente hablando en la sala de un juzgado, y, a pesar de esa supuesta sencillez, allí hay épica, en esa escena hay épica. Viljar se pasa media película psicológica y emocionalmente traumatizado por la muerte de sus amigos y por las secuelas físicas que le produjo Breivik en la masacre de Utoya, durante media película se siente incapaz de superar el dolor y el sufrimiento que le produjo el atentado, no puede evitar sentir la culpa del superviviente. Pero en esa escena Viljar se enfrenta a Breivik, y le vence, emocional y psicológicamente. A pesar de que el contexto de esa escena y del conjunto de la película no es grandioso, en esa escena no deja de haber épica, porque no necesita sustentarse en un ambiente fantástico sino en una situación emocionalmente poderosa. 

En “Maquia” ocurre lo mismo. A pesar de que en esta película está presente el elemento fantástico y el contexto grandioso, la épica del film no se basa en eso sino en la situación emocional y personal de los protagonistas. El clímax del film se sitúa en un enfrentamiento bélico en el que de hecho participan o se ven involucrados los protagonistas, pero ese entorno es sólo una extrapolación de la situación emocional de los personajes. 


Mari Okada también muestra un gran dominio de la narrativa muy influenciado por la obra literaria de Ursula K. Le Guin (fuente que también sirve de inspiración para construir el mundo de “Maquia”). La directora refleja elegantemente el paso de los años de una manera que recuerda a la novela “Retrato de un matrimonio” (Pearl S. Buck, 1945), lo que permite al espectador compartir el mismo viaje emocional que sienten los protagonistas, un viaje que termina nostálgica y la melancólicamente en un lacrimógeno final. 

El aspecto formal resulta igual de excelente. La animación es extraordinaria, no sólo en el notable diseño de los personajes a lo largo de sus distintas edades, también el dibujo escénico y artístico. Los diferentes lugares en el que se ambienta la historia están mostrados con una complejidad y un detallismo que asombra, el espectador se ve transportado mentalmente a esos lugares y resulta fácil olvidar que se está viendo animación y no imagen real. Lo mismo se puede decir de los personajes, pues estos están animados de una manera tan realmente expresiva que sus “interpretaciones” nada tienen que envidiar a la de actores reales. 

En conclusión, “Maquia: Una historia de amor inmortal” es una propuesta de visionado ineludible para los amantes del anime, sobretodo para quienes les gustó “Cuentos de Terramar” (Goro Miyazaki, 2006), pero también para aquellos a quienes les atrae el drama lacrimógeno, como las mencionadas “Gente corriente” y “Nunca me abandones”.

Mi calificación es: