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lunes, 25 de julio de 2016

CRÍTICA EL CASO BOURNE (2002), POR ALBERT GRAELLS

SISTEMA DE CALIFICACIÓN: ☆ MALA BUENA MUY BUENA EXCELENTE

Sinopsis: Un hombre amnésico es rescatado por la tripulación de un barco pesquero italiano cuando flota a la deriva en el mar. No lleva nada consigo. Sólo las balas que lleva clavadas en la espalda y un número de cuenta de un banco suizo que lleva adherido a la cadera. Carece de identidad y de pasado, pero posee una serie de talentos extraordinarios en artes lingüísticas, marciales y de autodefensa que sugieren una profesión de riesgo. Confuso y desorientado, emprende una frenética búsqueda para descubrir quién es y por qué su vida ha tomado un giro tan peligroso.

“El caso Bourne”, dirigida por el siempre interesante Doug Liman (“Sr. y Sra. Smith”, “Jumper”, “Caza a la espía”, “Al filo del mañana”), es una notable cinta de espías, con escenas de acción muy bien realizadas, y un ritmo bien conseguido.

La trama resulta mucho más interesante y atractiva de la que ofrecen otras películas de espionaje de servicios secretos, como pueden ser las entregas cinematográficas de las aventuras de Jack Ryan o de Ethan Hunt. Esas propuestas suelen ser entusiastamente fantasiosas, en contrapunto con “El caso Bourne”, de mirada y trama considerablemente más realista y por tanto más próxima al espectador. Aquí no hay explosiones nucleares en Baltimore ni guantes que te permiten escalar el edificio más alto del mundo, sino una historia creíble en un contexto realista. Lo que cuenta la película no es un secreto; la manera ilícita, ilegal, delictiva y criminal que tiene la CIA de actuar.


La Agencia Central de “Inteligencia” de Estados Unidos, cuya creación se dibuja en la muy recomendable “El buen pastor” (Robert De Niro, 2006), no funciona tanto como un instrumento de defensa y seguridad sino como otra secretaría de política exterior, pero menos diplomática. La función prioritaria y básica de los servicios secretos norteamericanos no es la de proteger a los ciudadanos del país, sino la de expandir la influencia de éste en el resto del mundo y asegurar exteriormente sus intereses. Cuando la diplomacia falla, actúa la CIA. Lo que no se consigue por las buenas, se consigue por las malas. Ahí es dónde entra la Agencia Central, ahí es cuando se la necesita. No para proteger la vida de los gobernados sino para proteger los intereses de los gobernantes. No para garantizar el bienestar y la seguridad de los ciudadanos sino para extender imperialmente la supremacía política y económica de su país. Y para conseguir eso están los Jason Bourne de turno.

Tal como se narra en el ensaño histórico-biográfico “El precio del trono” (Pilar Urbano, 2011), ETA reivindicó el asesinato del Almirante Carrero Blanco en 1973, pero dicho atentado fue perpetrado en secreto por la CIA, pues el que era Jefe de Gobierno del régimen franquista pretendía que España desarrollara la bomba atómica, a parte de que no mostraba interés en renovar el mantenimiento de las bases militares norteamericanas en el país. Ambas cuestiones molestaban a la Casa Blanca, que no quería que más países tuvieran armas nucleares, ni quería perder las bases norteamericanas en suelo español, pues la península suponía una ventajosa posición geopolíticamente estratégica en la Guerra Fría contra la Unión Soviética. Henry Kissinger, el Secretario de Estado de la Casa Blanca, trató de convencer a Carrero Blanco para que entrara en razón; al no conseguirlo, mandó a la CIA que lo matara.

En una escena de “Half Nelson” (Ryan Fleck, 2006) se denuncia que, el 11 de septiembre del mismo año en que asesinó al Almirante Carrero Blanco, la CIA también contribuyó al derrocamiento y asesinato del presidente chileno elegido democráticamente Salvador Allende durante el golpe de Estado en Chile ejecutado por Augusto Pinochet con el apoyo del gobierno de Estados Unidos. La razón fue que Allende era el primer político marxista en el mundo que accedió a la gobernabilidad de un país a través de unas elecciones generales en un Estado de Derecho, y Richard Nixon no quería gobernantes marxistas en América, ni siquiera aunque fuesen elegidos democráticamente. Kissinger dijo de las elecciones chilenas de 1970: Éstas cuestiones son demasiado importantes para que las decidan los propios votantes chilenos.

El golpe militar tuvo más de cuarenta mil víctimas, entre los asesinados, los desaparecidos, los detenidos y los torturados por el régimen militar. Entre esas víctimas se encuentra Charles Horman, periodista estadounidense que fue fusilado por los militares para ocultar la participación estadounidense en el golpe de Estado de Pinochet. Ese crimen es denunciado en la película “Desaparecido” (Costa-Gavras, 1982), rodada cuando denunciar y exponer la actuación criminal de la CIA era mucho más arriesgado de lo que era veinte años después con “El caso Bourne”. Tal es así que Alexander Haig, Secretario de Estado norteamericano cuando se estrenó la película, Nathaniel David, embajador de Estados Unidos en Chile durante el golpe de Pinochet, y dos oficiales de la Oficina de Agencia Naval de Estados Unidos, que en el film de Gavras se da a entender que estuvieron implicados en la ejecución de Horman, interpusieron una demanda contra la película amparados por el gobierno de Ronald Reagan, pero finalmente dicha demanda fue desestimada por la propia justicia estadounidense.


En “Estado de sitio” (Costa-Gavras, 1972), rodada en Chile dos años antes del golpe pero ambientada en Uruguay, también se expone los tejemanejes de la CIA en América latina, promoviendo golpes de Estado y apoyando dictaduras militares. Una violación de los derechos humanos que, en un caso más reciente y en otro contexto geográfico, se disecciona en el ensayo “La impunidad imperial: Cómo Estados Unidos legalizó la tortura y blindó ante la justicia a sus militares, agentes y mercenarios” (Roberto Montoya, 2005). En dicho libro se describe la criminal injerencia de Estados Unidos en Oriente Medio, torturando y asesinando a miles de seres humanos, con el pretexto de defender a su país, pero con la intención real de ejecutar un latrocinio que satisfaciera la codicia de ciertos gobernantes.

Cierto es que “El caso Bourne” no pretende ser un film de denuncia política a lo Costa-Gavras o a lo Ken Loach, al fin y al cabo, como propuesta, no deja de ser un thriller de acción. Pero cabe destacar que, aun así, la película muestra una realidad reprochable y denunciable, y el modo realista en que se narra la historia hace entender el espectador que lo que ve sobre la actuación de la CIA no es una invención novelística sino una situación muy grave que sucede en el mundo real en el que él vive, que comparte mundo y realidad con muchos Jason Bourne.

Resulta bastante visible la inspiración u observación de Doug Liman en el hacer de John Frankenheimer para planear potentemente, a nivel visual y rítmico, éste thriller de intriga, agentes secretos y conspiraciones. Y lo hace bien, Liman aprovecha bien los referentes que usa, no los copia descaradamente, como hacen otros directores con mayor o menor acierto, sino que le sirven para construir bien la estructura del conjunto o para destacar ciertas secuencias. Ayuda a eso el trabajo musical de John Powell (“X-Men: La decisión final”, “Jumper”), con unas composiciones en su mayoría rítmicamente frenéticas, pero también con temas que evocan misterio e intriga.


Se disfruta también del trabajo interpretativo del reparto, con muy buenos secundarios, como Walton Goggins o Clive Owen, pero destacan unos estupendos Chris Cooper y Brian Cox. Franka Potente también está muy acertada. Pero la actuación que más atención se lleva es la de Matt Damon, y no porque sea el protagonista, que también ayuda, sino porque es una muy buena actuación. Matt Damon consigue mantenerse interpretativamente incluso cuando interactúa muy cercanamente con un actorazo como Chris Cooper. Damon consigue que el espectador se crea su personaje de héroe vulnerable y ángel protector. Damon hace suyo el personaje de Jason Bourne, del mismo modo que Al Pacino hizo suyo el personaje de Michael Corleone.

“El caso Bourne” consigue que el espectador se crea la película como película de espías, de agentes secretos, de servicios de inteligencia. La película consigue, al menos en su caso, hacer creíble el género en un tiempo en el que las películas de Misión Imposible o las últimas de James Bond, sobretodo la flipada de “Muere otro día” (Lee Tamahori, 2002), hacen de la figura del agente secreto alguien más parecido a un superhéroe que no un mortal habitable en un mundo realista. Y no sólo es por la trama, o la historia o los personajes, porque entonces películas como “El buen pastor” o “El topo” también podrían incluirse. Se trata también de la acción, de las escenas de acción, de las coreografías de lucha y la manera en que están grabadas. En eso consigue “El caso Bourne” que su género sea más verosímil, y por tanto más cercano, menos fantasioso.

Mi calificación es: