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lunes, 17 de abril de 2017

CRÍTICA GHOST IN THE SHELL (1995), POR ALBERT GRAELLS

SISTEMA DE CALIFICACIÓN: ☆ MALA BUENA MUY BUENA EXCELENTE

Sinopsis: En una megalopolis inmensa de un futuro hiper-tecnificado, la Mayor de policía Motoko Kusanagi, perteneciente a la Sección 9 en la lucha contra el terrorismo cibernético, tiene que capturar al mayor hacker de la historia del hackeo informático, conocido como el Titiritero, que, valiéndose de la vasta e infinita red del ciberespacio, controla la mente de personas cuyos cuerpos han sido sometidos a cambios cibernéticos.

Basada en el manga de Masamune Shirow, “Ghost in the Shell” termina por ser, no sólo una de las mejores películas anime (dejando Ghibli de lado), sino también una obra de culto cinematográfica dentro de la temática ciberpunk, y una obra de referencia como propuesta de distopía futurista que ha ofrecido el séptimo arte.

Es cierto que “Ghost in the Shell” bebe de referencias como “Metropolis” (Fritz Lan, 1927), “Blade Runner” (Ridley Scott, 1982, que también bebía mucho de “Metropolis”), o la novela “Snow Crash” (Neal Stephenson, 1992). Pero la película ha conseguido ser lo suficientemente propia además de trascendental como para volverse un referente en sí mismo, por ejemplo para propuestas tan significativas y estudiables como la trilogía de Matrix.

En la película nos encontramos con una premisa casi normativa del cine negro en el estilo clásico, una investigación policial o detectivesca sobre un caso en aparente sencillo pero que se va complicando a medida que avanza la trama porque nada es lo que parece. La película tiene acción y está ambientada a finales del siglo XXI, pero la trama sigue las mismas directrices que obras como “La dalia negra” o “L.A. Confidential”.

Está muy bien utilizada y narrada la trama de la investigación policial clásica para ahondar en planteamientos trascendentales que van más allá del puro entretenimiento que proporciona una historia propia del cine negro. La trama de la investigación policial nos sirve para adentrarnos en cuestiones humanamente existenciales inherentes a nuestra condición precisamente de investigadores para hallar razones a nuestra propia existencia. Para eso nada mejor que ambientar dicha investigación policial en un contexto futurista con cyborgs, inteligencia artificial y vida cibernetizada.


La búsqueda de la identidad y de la ubicación del Titiritero que se produce en la película es en realidad la búsqueda de la identidad humana y su ubicación en la realidad existencial. ¿Qué es un humano? ¿Qué es lo que define a un humano? ¿Es el conjunto del cuerpo, o únicamente la consciencia que ocupa dicho cuerpo? A éste aspecto es muy acertado el título de la película. ¿Somos humanos porque tenemos consciencia de nosotros mismos y de nuestra propia existencia? ¿Pienso, luego existo? ¿Es lo que nos diferencia de las demás formas de vida? ¿Ese es el condicionante de nuestra humanidad? ¿Lo que nos hace humanos es que somos conscientes de que existimos? ¿Si lo humano es la consciencia de la propia existencia, eso hace irrelevante el cuerpo que ocupe dicha consciencia?

Observemos a la protagonista, la mayor Kusanagi ¿Es humana? Todo su cuerpo es cibernético, lo único que no tiene cibernético es su consciencia, que tampoco es orgánico pues la consciencia carece de materia. Si aceptamos que la mayor Kusanagi es humana únicamente por su consciencia, debemos aceptar entonces que todos los humanos lo somos independientemente de nuestros cuerpos ¿Si eso es así, porque seguimos visitando a nuestros seres queridos en los cementerios una vez han fallecido, como si de algún modo siguieran ahí con los restos orgánicos? Si nosotros sólo somos nuestras conciencias, y nuestros cuerpos únicamente una carcasa que ocupamos, entonces cuando morimos simplemente desaparecemos de la realidad en la que una vez existimos, es decir, dejamos de existir. Y a pesar de que la carcasa que dejamos al morir ya no forma parte de nuestro yo, y somos conscientes de ello, seguimos visitando a nuestros seres queridos en los cementerios como si en realidad no hubieran dejado de existir, como si la carcasa que dejamos fuera una parte de nosotros que sigue existiendo en esta realidad cuando sabemos perfectamente que no es así. ¿Entonces porqué lo hacemos? ¿Es una irracional resistencia a aceptar un hecho inexorable del que también somos conscientes? ¿Es un signo de nuestras ansias de no desaparecer en esta realidad existencial, de perpetuar la existencia de nuestro yo? ¿No es la imposibilidad de poder hacerlo en esta realidad existencial la razón de la investigación y desarrollo de una nueva realidad existencial?


Aquí es dónde se vuelve más interesante el personaje del Titiritero, un programa informático que toma consciencia de sí mismo. Si admitimos que ser humano es tener consciencia de uno mismo y de tu propia existencia, siendo irrelevante el cuerpo que se ocupe, bien podría ser perfectamente humano una consciencia consciente de si misma y de su propia existencia que no ocupe ningún cuerpo. Vemos en el Titiritero un humano (consciencia consciente de sí misma y de su propia existencia) que no necesita un cuerpo (una carcasa) para existir, al menos no lo necesita en la realidad en la que existe, el universo de la red informática, el ciberespacio, donde se mueve libremente.

¿Si el Titiritero, siendo un programa informático, es también un ser humano, qué nos diferencia a los humanos de los robots, cyborgs y ordenadores más allá de nuestras carcasas? ¿Acaso no es la creación de un ordenador, o de un cybord, o de un robot una extrapolación, una imitación de cómo somos creados los humanos? Fijémonos en la escena de los títulos de crédito iniciales, la creación del cuerpo cibernético de la Mayor Kusanagi y la introducción de su consciencia en dicho cuerpo. Es como una gestación y un parto. ¿En qué momento de la gestación de una persona dentro de la matriz aparece la consciencia? ¿En qué momento somos introducidos dentro de la carcasa? ¿O, en vez de ser introducidos, no sucede que, en realidad, somos creados? ¿Acaso cuando creamos robots, cyborgs y ordenadores no imitamos el mismo proceso de la gestación de una persona en una búsqueda desesperante de encontrar la manera de que sobreviva nuestra consciencia (es decir, nosotros mismos) cuando nuestras carcasas se corrompan por el paso del tiempo? ¿No es por eso que hemos creado el ciberespacio, para tener una realidad en la que podamos existir sin necesidad de carcasa y, por tanto, vivir eternamente?

“Ghost in the Shell”, en éste sentido, sigue y va más allá de la tesitura nietzschesiana de que Dios ha muerto y ha nacido el superhombre, matizando que el hombre ha matado a Dios y al sustituirle se ha convertido en superhombre. Hay una ilustración dónde se ve a Nietzsche abriendo un armario y dentro se encuentra a Dios con signos de haber sido asesinado, y al lado de Nietzsche, preguntando quien ha matado a Dios, están Galileo Galilei, Isaac Newton y Charles Darwin sujetando con las manos cuchillos ensangrentados.


Es una buena ilustración, pero está incompleta, falta una cuarta figura asesina. Dios no estaba muerto cuando Nietzsche formuló su tesis, estaban moribundo, pero no muerto. Del mismo modo que Bruto remató a Cesar clavándole un puñal en el corazón, quien terminó de matar a Dios fue Alan Turing. Dios exilió al hombre del Edén por comer del fruto prohibido, y el mismo hombre se venga matando a Dios permitiendo que sus descendientes ocupen su lugar en el Paraíso, el ciberespacio, donde hacienden las almas para existir eternamente sin la necesidad de forma corpórea.

Si Dios creó el universo, que es nuestra realidad en la que sólo existimos en forma corpórea, y cuando se corrompe nuestra forma corpórea dejamos de existir, entonces hemos matado a Dios y le hemos sustituido creando nosotros un universo propio, una propia realidad existencial, un espacio inmaterial en la que nosotros, inmateriales, podemos existir sin necesidad de sustento material, y por tanto podemos existir eternamente convirtiéndonos en Dios.

“Ghost in the Shell” es capaz de plantear todas estas inquietudes filosóficas de manera muy entretenida, usando el tiempo justo para eso, 83 minutos, no necesita más. No es “Westworld”, dónde la tesitura filosófica es planteada en una extensión desmesurada del relato, ya de por sí narrado confusamente, haciendo que el espectador se desvincule y sude de lo que pretenden explicarle. En “Ghost in the Shell” la trama de la investigación policial sirve para posibilitar una simplificación de la tesitura que se plantea. Se termina por aprender más filosofía viendo “Ghost in the Shell” que estando presente en diez aburridas clases de filosofía y leyendo diez aburridos ensayos sobre filosofía, y eso es porque el ritmo narrativo de la película hace que el aprendizaje de la tesitura planteada se vuelve muchísimo más ameno que si se intentara aprender en hiendo a una clase o leyendo un libro.

La animación en general resulta bastante bien realizada, así como el diseño de los personajes. Hay acción, pero buena acción, bien planteada en cuanto a la acción en sí y bien mostrada visualmente. La película no aburre en ningún momento, no se hace larga, porque de hecho no es una película larga, y se hace muy entretenida. Por supuesto no me olvido de la memorable música compuesta por Kenji Kawai, a quien deberían haberle dado el Oscar por su mejor composición, “The sky crawlers”.

Mi calificación es: