Sinopsis: Un niño huérfano es ingresado en un internado y al final del primer curso mata a un profesor.
Cabe empezar esta crítica reconociendo que soy bastante fan de Harry Potter. El mundo de Harry Potter, su historia, sus personajes… es algo que me encanta y me maravilla. Tengo todos los libros de Harry Potter. Recuerdo que, cuando tenía once años, un par de meses antes de que se estrenara la primera película, me regalaron un pack con los cuatro primeros libros de Harry Potter. Fue un fenómeno literario por aquel entonces, todo el mundo se compró el pack con los cuatro primeros tomos de la saga (los que hasta en ese momento se habían publicado). Para cuando se estrenó la película, yo ya me los había leído. Me leí los libros con pasión, con ilusión. Me leía los libros mientras comía, leía los libros en la escuela (durante las clases, cuando el profesor daba su particular rollo de las reglas gramaticales, yo sacaba discretamente el libro del cajón de debajo de mi pupitre y me lo leía disimuladamente para que el profesor no se diera cuenta –aprendí más literatura leyendo Harry Potter que escuchando al profesor de lengua-), leía los libros en el baño, leía los libros en vez de hacer los deberes, leía los libros por la noche… y bueno, después me fui leyendo los siguientes libros.
Al leer el primer libro, yo pensé en que se podía hacer una muy buena adaptación en una película, de hecho yo ya me la imaginaba en mi cabeza. Y se estrenó la primera película, basada en el primer libro, “Harry Potter y la piedra filosofal”, y yo fui a verla al cine muy interesado e ilusionado, con unas ganas locas por verla, estaba impaciente, emocionadísimo. Bueno, vi la película, y me gustó, me gustó pero me supo a poco. Me pareció una adaptación fiel, me gustó cómo captó el universo de Harry Potter, pero como película dejaba bastante que desear.
Cuando los estudios Ghibli estrenaron “Cuentos de Terramar” (Goro Miyazaki, 2006), basada en el universo literario creado por la autora Ursula K. Le Guin, la escritora manifestó que la película era muy buena, pero que la decepcionó porque su adaptación era muy libre. Pues con “Harry Potter y la piedra filosofal” ocurre exactamente lo contrario. La película adapta fielmente tanto la historia como el universo del libro, pero como película resulta un poco decepcionante.
Uno de los problemas de la película es la dirección de Chris Columbus, y no es que éste sea incompetente en su trabajo, al contrario, sabe resolver bastante bien visualmente, sabe dónde poner la cámara, y sabe trabajar bien con actores niños. Sin embargo no sabe sacar provecho del potencial de los personajes, de la historia ni del contexto en que esta se desarrolla. Columbus se ancla demasiado en el infantilismo del relato, y no explora a fondo las partes tristes, oscuras y adultas que se perciben en la narración. Un buen ejemplo de lo que podría haber sido “Harry Potter y la piedra filosofal”, con respecto a la madurez de la historia pese la niñez del protagonista, es “El imperio del sol” (Steven Spielberg, 1987). Hay muchas películas en las que el protagonista es un niño huérfano o abandonado y ese factor influye en su maduración personal en el transcurso de su trayecto vital siendo eso el motor principal de la historia, lo que ocurre es que Columbus no toma ejemplo de esas propuestas. Hay muchas películas en las que el factor de protagonista niño huérfano o abandonado se plantea y se desarrolla muy bien, hay mucho donde elegir y tomar ejemplos, pero Columbus no lo hace.
Es cierto que en “Harry Potter y la piedra filosofal” resulta palpable ese factor. En los doce primeros minutos de metraje vemos cómo el protagonista añora unos padres que no recuerda y apenas conoció, le reconcome ser huérfano y no ser criado por unos padres que le quieran en vez de por unos tíos que le odian y lo tratan mal, se siente frustrado por ver cómo los demás niños tienen padres y él no. Pero de repente, a partir del minuto 12, la magia entra de golpe en la vida de Harry, tirando la puerta abajo en medio de una tormenta, y en ese momento nos olvidamos del factor melancólico hasta un cuarto de hora más tarde, cuando en una breve escena Harry sabe porqué se quedó sin padres. Después de esa escena la historia vuelve a centrarse en la magia durante veinte minutos más hasta que vemos un momento de veinte segundos en el que Harry, en su primera noche en Hogwarts, mira melancólicamente por la ventana de su dormitorio, recordando a sus padres.
Luego la película se olvida del factor añoranza durante tres cuartos de hora, hasta el momento en que Harry encuentra el espejo de Oesed, que le recuerda su profundo deseo por tener a sus padres, hasta que acata el consejo de Dumbledore y reconoce su pérdida en una bella escena transitoria. Harry se siente solo porque añora a sus padres, porque sueña con una familia que nunca va a tener, pero al aceptar la muerte de sus padres consigue superar la soledad y el pesar. Harry ya no se siente sólo, ahora tiene amigos, tiene un hogar, está en paz consigo mismo y con su situación, y eso se percibe en el momento en que sale a un patio de un Hogwarts completamente nevado, con su lechuza Hedwing colgada del brazo, y la deja alzar el vuelo para que se valla, hasta que Hedwing regresa a Hogwarts ya siendo primavera con el azul del cielo y el verde de la naturaleza. Ese momento no sólo es transitorio temporalmente sino también emocionalmente. La muerte de los padres de Harry es representada en el gris otoño (murieron un 31 de octubre), el duelo de Harry por la muerte de sus padres y por su propia soledad queda representado en el frío invierno, y la colorida primavera representa la felicidad y la esperanza. El blanco que te quiero blanco de la nieve que rodea a Harry cuando deja volar a Hedwing representa su paz interior, y el verde y el azul saturados que vemos en el siguiente plano significa la vida y la plenitud interior del protagonista.
Ese cambio emocional en Harry también se percibe musicalmente, pues el tema de la familia sigue asociado a los padres de Harry pero deja de ser motivo de soledad y pasa a ser un tema también para Hogwarts o para los amigos de Harry, porque ahora los amigos de Harry son su familia y Hogwarts se ha convertido en su nuevo hogar. Dicha transformación anímica queda confirmada y reafirmada en el clímax, cuando Voldemort intenta convencer a Harry para que le dé la piedra filosofal usando el espejo de Oesed para tentarlo con regresar la vida a sus padres, pero Harry se niega. Harry rechaza la oferta de Voldemort, primero porque ya ha superado la muerte de sus padres, y segundo porque sabe que Voldemort le miente, porque aunque la piedra filosofal pudiera hacer regresar la vida a sus padres Voldemort nunca la usaría para eso, porque Voldemort no salva vidas sino que las quita, Voldemort le arrebató la vida a los padres de Harry e intentó arrebatársela a él. Por eso es importante la breve escena en la que Hagrid le cuenta a Harry cómo murieron sus padres, es necesario un motivo para que el protagonista odie al antagonista y ese es que Voldemort mató a los padres de Harry. Por culpa de Voldemort el protagonista ha vivido once años de mierda encerrado en un armario bajo una escalera, se ha sentido solo todo ese tiempo, ha vivido miserablemente.
Ahí, en el clímax, es cuando deja de tener importancia la madurez emocional adquirida por Harry al aceptar la muerte de sus padres. Dicha aceptación es el primer motivo por el cual el protagonista rechaza la oferta de Voldemort, pero no es el principal, la razón más importante por la que Harry repudia el ofrecimiento del antagonista es porque le odia. Ver a Voldemort, ver que está vivo aquel que mató a sus padres y le arrebató la vida feliz que podría haber tenido, hace que Harry empiece a albergar odio, y es ese odio el que le salva de caer en la tentación de Voldemort. Si Harry no hubiese tenido motivos para odiar a Voldemort, si Voldemort no hubiese matado a los padres de Harry y estos hubiesen muerto de verdad en un accidente, posiblemente (que no probablemente) Harry hubiese caído en la trampa de Voldemort y le habría dado la piedra filosofal. Pero la razón principal por la que Harry se niega a darle la piedra a Voldemort es el odio, no es la aceptación de la muerte de sus padres. Si Harry no hubiese aceptado la muerte de sus padres, igualmente se habría negado a darle la piedra a Voldemort por el odio que le tiene.
Hasta ese momento Harry era un niño que albergaba paz en su interior, pero volver a ver a Voldemort hace que en el interior de Harry el odio ocupe el lugar que ocupaba la paz. La paz es la aceptación de la muerte de sus padres, y en su enfrentamiento contra Voldemort no es la paz lo que mueve a Harry sino el odio, el odio es la capacidad de Harry de enfrentarse a Voldemort. Y en éste punto nos hemos de remitir a la escena (minuto 45 de metraje) en que Harry es sometido a la prueba del sombrero seleccionador, y éste duda entre ponerle en Gryffindor o en Slytherin. El sombrero seleccionador detecta en Harry el valor, el coraje y la bondad que ha heredado de su padre y su madre, y por eso ve que Gryffindor podría ser una buena elección, pero también descubre la parte de Voldemort que en él reside como horrocrux, una parte en la que hay rabia, odio e incluso maldad, y por eso el sombrero seleccionador entiende que Slytherin sería una elección tan buena como Gryffindor.
Dicha dualidad entre la bondad y el odio, entre la paz y la rabia, entre el valor y la maldad en el interior de Harry se vuelven a exponer, y de mejor manera, en “Harry Potter y el prisionero de Azkabán” (Alfonso Cuarón, 2004) y “Harry Potter y la Orden del Fénix” (David Yates, 2007). Pero, volviendo al clímax de “Harry Potter y la piedra filosofal”, Harry aprovecha el odio que heredó de Voldemort usándolo contra él, matando al profesor Quirrell. El odio que alberga en su interior lleva a Harry, un niño de once años, a cometer un asesinato. Después de quemarle la mano a Quirrell, Harry podía haber cogido la piedra e intentado escapar, y de hecho por un momento Harry mira la piedra pensando en cogerla e intentar escapar para que sean los demás profesores los que se ocupen de Quirrell y Voldemort, pero no lo hace, se abalanza sobre Quirrell y lo mata, pero no por valor sino por odio, no para proteger la piedra sino para vengarse de Voldemort.
Al final de la película el protagonista termina haciendo una involución emocional. Es cierto que finalmente no añora una familia que no ha tenido ni tampoco se siente solo, pero ha perdido la paz interior que consiguió con la aceptación de la muerte de sus padres. Eso quiere decir que la evolución emocional que ha vivido el protagonista no ha servido para nada, de nada le ha servido aceptar su pérdida si aun así no consigue finalmente estar emocionalmente en paz con su situación, ni lo estará mientras viva Voldemort. Y además, en la película el factor melancólico de niño huérfano que se siente solo se utiliza menos de veinte minutos en un total de 150 minutos de metraje, no llega ni a un 15% de la duración total de la historia. Chris Columbus debería haber usado ese factor como principal motor de la historia, y usar la magia y el misterio como apoyo al desarrollo narrativo, como en “La invención de Hugo” (Martin Scorsese, 2011), y no al revés.
Lamentablemente, en “Harry Potter y la piedra filosofal” es la magia y el misterio el pilar en el que se sustenta la historia, y no el viaje emocional del protagonista, al contrario de lo que ocurre en “Harry Potter y el prisionero de Azkabán”. Durante sus primeros cuatro meses en Hogwarts Harry añora a sus padres, los ha añorado desde que tiene uso de razón, pero un vez llega a Hogwarts, una vez llega al sitio donde sus padres coincidieron siete años, se conocieron y se enamoraron, una vez en el colegio el protagonista no toma la iniciativa de rastrear y seguir los pasos de sus padres, no pregunta ni a McGonagall ni a Dumbledore sobre sus padres, ni tampoco a los fantasmas, ni siquiera a Hagrid. Tiene que ser Hermione quien le averigüe a Harry que su padre, al igual que él, también fue cazador en el equipo de Quidditch de Griffindor. Y es Hagrid quien le regala a Harry un álbum con fotos de sus padres porque éste no se molesta en investigar si las hay (a Hagrid también ya le vale esperar todo un curso para regalarle un álbum con fotos de sus padres a un niño huérfano, ya podría haberlo hecho en Navidad).
Hay otro factor en la película muy interesante, y que ni Chris Columbus en la dirección ni Steve Kloves en el guión terminan de explotar bien: se trata del elemento de la investigación detectivesca en personajes infantiles o juveniles. Dicho componente genérico resulta muy popular literariamente. Podemos encontrar ejemplos como “Los buscapistas”, de la autora Teresa Blanch, “Los Hollister”, del novelista Andrew Svenson, o “El equipo tigre”, del escritor Thomas Brezina.
En “Harry Potter y la piedra filosofal” también se encuentra ese componente. Empiezan a plantearse misterios que a los niños protagonistas les intriga, y su propia naturaleza infantil les lleva a tratar de resolverlos jugando subconscientemente a ser detectives. ¿Quién ha tratado de robar en Gringotts y qué ha querido robar? ¿Porqué hay un perro de diez metros con tres cabezas en el tercer piso de la escuela? ¿Qué custodia dicho animal? ¿Quién introdujo al troll en las mazmorras de Hogwarts? ¿Porqué trata Snape de matar a Harry? ¿Quien mata a los unicornios en el bosque prohibido? ¿Qué o quien era esa figura tenebrosa que trató de atacar a Harry en el bosque? ¿Porqué quiere Snape robar la piedra filosofal? Los protagonistas tratan de encajar las informaciones que van descubriendo para resolver los misterios que se van encontrando.
Sin embargo, en la película la trama detectivesca no es ambiciosa. Cabe hacer una comparación con “Detective Conan”, pues en esa emblemática serie anime la mayoría de los episodios son autoconclusivos, duran veinte minutos (quitando el opening y el ending), y las tramas de investigación detectivesca están muy bien desarrolladas. “Harry Potter y la piedra filosofal” dura 150 minutos y apenas tiene una trama de investigación detectivesca la mitad de compleja de la que se plantea en cada episodio autoconclusivo de “Detective Conan”. Es fácil recordar una de las mejores historias de la serie, los dos episodios que conformaban “El caso del asesinato de la sonata Luz de Luna”. Comparemos la trama de investigación detectivesca de “El caso del asesinato de la sonata Luz de Luna” con la de “Harry Potter y la piedra filosofal”. ¿Cuál es mejor? ¿Cuál es más intrigante e interesante? ¿Cuál se desarrolla mejor? Está claro que “El caso del asesinato de la sonata Luz de Luna” plantea y desarrolla en cuarenta minutos una trama de investigación detectivesca mucho más atrayente y enigmática de lo que ofrece “Harry Potter y la piedra filosofal”.
Columbus y Kloves tenían en esta película tres veces más tiempo que en los dos episodios mencionados de “Detective Conan”, podían haber expuesto una trama al menos igual de misteriosa y atractiva, pero lamentablemente antepusieron el alardeo de escenas mágicas y con efectos especiales al desarrollo de una historia que hiciera más dinámica la película. Supeditaron la historia a las set-pieces de acción y fantasía, cuando deberían haber hecho lo contrario. Unos buenos ejemplos comparativos son “Detective Dee y el misterio de la llama fantasma” (Tsui Hark, 2010) y “El joven Detective Dee: El poder del dragón marino” (Tsui Hark, 2013). En dichas cintas hay incluso más fantasía, acción y magia que en “Harry Potter y la piedra filosofal”, y aun así esos elementos se usan como apoyo explicativo de la historia, no se usa la historia como excusa argumental para fanfarronear de efectos especiales y escenas de acción.
El guión, por tanto, es problemático, tanto como el montaje. “Harry Potter y la piedra filosofal” es una película infantil, pero dura unas larguísimas dos horas y media, eso no hay niño que lo aguante. A la película le sobran al menos veinte minutos, en escenas que no aportan nada al relato y que son irrelevantes. También se podían haber comprimido algunas escenas o unirlas para hacerlas más cortas sin perjudicar el nivel de la adaptación.
El montaje es incapaz de hacer dinámica la película, de hacerla acelerada. El montaje es muy raro, es como si hubiesen hecho una serie de televisión basada en el universo de Harry Potter, con la primera temporada centrada en “Harry Potter y la piedra filosofal”, y esa primera temporada la hubiesen comprimido en dos horas y media. El montaje de la película da esta sensación, porque las subtramas que se plantean son muy episódicas. Por ejemplo, si en una película sale x objeto en el inicio dicho objeto debe recordarse en el nudo y usarse en el desenlace. En “El reino” (Rodrigo Sorogoyen, 2018), en una escena de la primera media hora de la película, al protagonista le regalan un pluma estilográfica, y en otra escena el protagonista usa esa misma pluma para salvar su vida, pero en una escena de la última media hora de película. En “Harry Potter y la piedra filosofal” sucede lo contrario, en la película de Columbus la mayoría de los elementos que aparecen llevan a cabo su finalidad narrativa al poco rato de aparecer. A Neville Longbottom le regalan un instrumento recordatorio, a la escena siguiente dicho elemento de atrezo ya cumple su función narrativa dando ocasión a Harry de demostrar su habilidad volando con la escoba. En clase de Encantamientos enseñan el Wingardum Leviosa, a la escena siguiente Ron se ve en la necesidad de usar ese encantamiento para salvar la vida de Harry. Eso hace que la película dé la sensación de ser un cadena de mini capítulos televisivos en vez de ser un conjunto narrativo.
El diseño de producción tampoco es una maravilla, de hecho es bastante equívoco. El mundo de brujería en esta película está diseñado de manera que parece artificial, de cartón piedra, sin ninguna credibilidad. Los magos van vestidos como si estuvieran en el siglo XVIII cuando no hay motivo para que sea así. Hogwarts parece un castillo de cuento de hadas, en vez de un lugar lleno de escondrijos secretos y misterios por descubrir. Y el vestuario es totalmente horrible, hasta llegar a lo ridículo.
También resultan deficientes muchos de los efectos especiales, que algunos están bien, pero lo mayoría están mal acabados. En el partido de quidditch o en las escenas en las que se ve a alumnos volando en escobas, se puede apreciar que en verdad es croma. En la película en general se abusa en demasía de los dobles digitales de los actores, y se nota claramente que no son ellos. El diseño de los monstruos, como el perro de tres cabezas, el troll o el centauro, están faltos de credibilidad por ese problema de los efectos digitales mal acabados. El diseño del centauro está muy bien, pero se podía haber hecho con un actor maquillado y vestido con pantalones de croma, como hicieron en “Las crónicas de Narnia” o “Percy Jackson”, y habría quedado mejor y más creíble. A ver, que los efectos especiales generalmente están bien realizados, pero les falta definición y un buen acabado, algo que no tienen. A tenor de que contaron con un elevado presupuesto de 125 millones de dólares, cabría esperar una bastante mejor calidad en los efectos especiales, aunque lo que no les faltó de dinero es de suponer que les faltó en tiempo o en avance tecnológico.
Pero no todo es malo en la película, esta también cuenta con bastantes cosas buenas. Hay varios momentos en los que Chris Columbus está bastante acertado. Un buen ejemplo es el principio. “Harry Potter y la piedra filosofal” empieza de noche, con un plano de un búho encima de la placa de una calle con una farola detrás. En ese plano Columbus ya explica de qué va la película y qué ha ocurrido. Empecemos con el búho, un animal asociado a la magia y la hechicería. Por si el título no diera suficientes pistas, el director ya da una más mostrando el elemento del búho, el espectador presiente que el elemento mágico aparecerá en la historia. Después está la placa con el nombre de la calle, Privet Drive. Esto es destacable, pues no sólo sitúa geográficamente el inicio de la película sino que señala que ese lugar será importante posteriormente. La placa de la calle es un elemento común, sin nada interesante, pero que el búho esté en dicha placa nos dice que la magia estará presente en dicho elemento; nos dice que en esa calle vive gente común, personas normales, pero habrá un elemento mágico viviendo en dicha calle, que será el protagonista, Harry Potter. Por último tenemos el elemento de la farola. Es de noche, está oscuro, y en el primer plano de la película la única fuente lumínica que vemos es una farola arrinconada en el cuadro de la imagen, detrás del búho y de la placa de Privet Drive. ¿Qué nos dice eso? Que, dentro de la historia y el universo que propone la película, hasta el inicio de la cinta ha habido tiempos oscuros, que ha sido una época tenebrosa, tanto para el mundo mágico como no mágico, pero en medio de esa oscuridad hay una luz que ha despertado, una luz que ha dado esperanza, una esperanza que poco a poco ilumina el mundo mágico y no mágico, y que dicha luz, dicha esperanza (personificada en la figura del protagonista), se aproxima a Privet Drive.
Hay otro elemento del inicio de la película que lo engrandece y lo mejora, y es la música compuesta por John Williams. La música que Williams compuso para “Harry Potter y la piedra filosofal” es sin duda la mejor música que se compuso para un película en 2001, sólo por detrás de la que compuso Howard Shore para “El señor de los anillos: La comunidad del anillo”. Hay multitud de temas musicales que Williams compone para la película, para múltiples motivos: personajes, situaciones, lugares, objetos, etc. Pero la pieza musical más importante es con la que se abre la película, la que se escucha en la primera escena, cuando Albus Dumbledore, McGonagall y Hagrid se encuentran en Privet Drive para dejar a Harry en casa de sus tíos. Esta primera escena dura cuatro minutos, y en esos cuatro minutos sólo se escucha un tema musical, que es el de la magia extraordinaria, un tema que al escucharlo se asocia rápidamente al mundo y universo de Harry Potter. Dicha propuesta musical empieza a escucharse antes incluso de la primera escena, en cuanto sale el logo de la Warner. Es un tema que rápidamente evoca a la magia, el espectador se da cuenta auditivamente que en la película la magia será el componente más importante.
Tan importante como el inicio de una película es su final. La última escena o el último plano ha de ser una declaración del film, ha de resumir la cinta, ha de subrallar el tema de la película. Y eso Columbus lo hace muy bien en “Harry Potter y la piedra filosofal”, donde el final vemos a Harry, Ron y Hermiones subiendo al tren para marcharse de Hogwarts tras terminar allí su primer año escolar en el que han vivido montón de aventuras (Ron ha vencido a un troll, Harry ha matado a uno de los profesores, y Hermione ha estudiado). Hermione le comenta a Harry que, después de todo lo que han vivo durante ese año en Hogwarts, se hace raro volver a casa, a lo que Harry responde que él no vuelve a casa. Entonces el tren se aleja, y la cámara va subiendo en un travelling vertical hasta que vemos al fondo del cuadro el castillo de Hogwarts, todo eso mientras escuchamos el tema musical de la familia, que ahora está asociado a la escuela y a los amigos de Harry. Columbus nos explica en ese final que Harry ha encontrado por fin un hogar (Hogwarts) y una familia (sus amigos), y que lo que hace no es regresar a casa sino alejarse de ella, que su regreso a casa y con su familia será cuando vuelva a Hogwarts al inicio del segundo curso y vuelva a encontrarse con sus amigos.
Hay otras escenas en las que Columbus está bastante acertado, pero también cabe fijarse en el trabajo de los actores, pues la mayoría actúan bien, aunque algunos no son los correctos para interpretar a los personajes a los que dan vida (Richard Harris era buen actor pero para mí Albus Dumbledore siempre tendrá el rostro de Michael Gambon, e Ian Hart simplemente no está creíble como el profesor Quirrell). Hay actores que hacen unas interpretaciones muy buenas para el poco tiempo que salen, como David Bradley (que a pesar de que su personaje es bastante desagradable, le da una dimensión en cierto modo empática) o Sean Biggerstaff, éste último interpretando a Oliver Wood, un personaje bastante secundario pero muy importante.
Wood es el capitán del equipo de quidditch de Gryffindor, en el que Harry ingresa como nuevo cazador, pero el protagonista no sabe cómo se juega a ese deporte mágico, así que Wood le dedica particularmente a Harry parte de su tiempo para enseñarle las reglas. Verdad es que, cómo capitán del equipo, es su deber y además le viene bien, pero el personaje no lo hace sólo por deber sino porque lo considera correcto, porqué está dispuesto ayudar a alguien que necesita su ayuda. Wood está en el sexto curso, es cinco años mayor que Harry, es más alto y más fuerte que él, tiene mucha más experiencia tanto en la escuela como en el equipo de quidditch, pero Wood nunca usa esa clara superioridad para hacérsela sentir a Harry. Oliver Wood es un personaje que, a pesar de su brevedad, es destacable porque supone un apoyo emocional para el protagonista, no le trata con superioridad a pesar de que dicha superioridad existe, al contrario, lo trata amablemente y con respeto, le anima y le felicita, confía en Harry y le ayuda a tener esa misma confianza consigo mismo. Es por esa ayuda y ese apoyo que Harry consigue la confianza sobre su capacidad en el quidditch que antes le faltaba, y que hace que él haga ganar el partido a su equipo, recibiendo el aplauso y la felicitación de la mayoría de alumnos y profesores. La necesidad del personaje de Wood reside en dar seguridad a Harry, lo que es importante para él porque, hasta el momento en que descubrió que era mago, el trato que recibía de personas mayores que él, incluyendo el capullo de su primo, era de abuso, desprecio y odio. Oliver Wood cambia eso, ayuda a Harry en la evolución emocional que le permitirá enfrentar otros y mayores retos, y el actor Sean Biggerstaff, a pesar del escaso tiempo que dispone para hacerlo, consigue carismáticamente transmitir y mostrar esa característica de su personaje, su importancia y necesidad.
Tampoco cabe olvidar el trio de actores protagonista: Daniel Radcliffe, Emma Watson y Rupert Grint. Fueron una muy acertada elección de casting. Tampoco es que en esta película demuestren ser grandes actores; ese mismo año se estrenó “A.I. Inteligencia Artificial” y el actor protagonista, Hael Joel Osment, que tenía la misma edad que los niños protagonistas de la primera entrega de Harry Potter, hace una actuación de Oscar, y se come con patatas a Radcliffe, Watson y Grint. Sin embargo, estos tampoco lo hacen mal. Es cierto que hay algunos momentos en que estos tres actores no convencen, pero mayormente sí lo hacen, mayoritariamente cumplen bien, durante la mayor parte de la película sus actuaciones resultan satisfactorias.
Pero, dejando de lado las actuaciones, el guión, la dirección, el montaje, la música y otras cuestiones técnicas o artísticas, hay un aspecto en la película que es muy relevante, aunque tampoco se puede decir que favorable. Se trata del componente ideológico, la tesitura de fondo. “Harry Potter y la piedra filosofal” es un buen ejemplo de película fascista para niños.
Tomemos como ejemplo el banco de Gringotts. En el mundo mágico del Reino Unido sólo hay un banco, y es privado. La entidad fue fundada en el siglo XV por un duende, Gringott, pero su gestión pasó rápidamente a manos del Ministerio de Magia, convirtiéndose en un organismo gubernamental. Cuatro siglos después, el Ministerio devolvió el control de la institución a los duendes, que, desde entonces, tomarían el control de la política bancaria de todo el mundo mágico británico. En el universo mágico de Harry Potter se privatizó y se monopolizó la banca nacional inglesa.
No hay más bancos. No hay banca pública. La supervivencia económica de las familias magas del Reino Unido no está en sus propias manos, a través de sus representantes y gobernantes políticos, ejerciendo estos un control sobre la gestión financiera; están en manos privadas, en manos de los duendes. ¿Acaso sería eso posible en una democracia? ¿Acaso sería democrático un país con esa situación bancaria?
Es de sospechar que la eufemística nacionalización de Gringotts, seguramente mediante decreto ley, por parte del gobierno mago británico respondía al aprovechamiento de una oportunidad para los políticos de la época de llevarse tajada con el blanqueo de capitales por medio de la compraventa de divisas. En un acto de humildad, en 1865 el Primer Ministro mago cedió el control de Gringotts a los duendes, seguramente creyendo que sería más deportivo que fueran los duendes quienes especularan con el dinero de los magos y no sus representantes y gobernantes políticos.
En el mundo mágico potterniano la banca y las finanzas están en manos únicamente de los duendes, seres cuya única actividad son la banca y las finanzas. Es decir, no se dedican a la política. No hay representantes políticos duendes en el Ministerio de Magia, órgano que seguramente prohíbe por ley a los duendes dedicarse a cualquier otra actividad, negándoles el derecho a sufragio pasivo (y, seguramente, también activo), para evitar así que puedan influenciar en la política maga del Reino Unido. Y no es que los magos consideren a los duendes seres mentalmente inferiores, pues les confían sin control alguno la gestión financiera de toda la comunidad maga del país, simplemente es una política racista.
Nos encontramos con una suerte de apartheid en el que los magos ejercen una supremacía política sobre los duendes por ser de razas distintas aunque igual de inteligentes y racionales. Magos y duendes no son desiguales pero si diferentes, y los magos no toleran la diferencia dentro de la igualdad. Para los magos la diferencia genética ha de implicar desigualdad política. Es un racismo subconsciente, no reconocido por la sociedad maga, al menos en su mayoría, pero que forma parte de su mentalidad.
Podemos encontrar un buen ejemplo en la sociedad española actual. Son minoría los falangistas que se reconocen como tal, y algunos incluso están orgullosos de ello. La gran mayoría de españoles ni se creen ni se sienten franquistas, sin embargo gran parte de la sociedad española ha hecho suya la máxima del franquismo y la última voluntad de Franco: la monarquía y la unidad de España por encima de todo y de cualquier cosa, por puta cojonería, sobretodo la unidad de España. Ese franquismo subconsciente está en la mentalidad de la mayoría de españoles, que pueden ser los más demócratas del mundo en cualquier otra cosa (sufragio femenino, divorcio, aborto, matrimonio homosexual...), pero con respecto a la unidad de España no hay democracia que valga, con respecto a la unidad de España están de acuerdo con Franco, con respecto a la unidad de España son franquistas.
En el mundo mágico británico vemos la misma irracionalidad. Los magos dejan de ser demócratas a la hora de posibilitar los mismos derechos políticos a los que son mental y racionalmente iguales pero física o genéticamente distintos. La sociedad maga británica es una sociedad racista, subconscientemente, pero racista. Prueba de ello es cómo los duendes son despreciados por los magos. Cuando Hagrid entra en Gringotts con Harry, le comenta a éste que los duendes son bestias enemistosas y maliciosas. Cabe preguntarse cómo esperan los magos que no sean enemistosos con ellos unos seres iguales a ellos mental y racionalmente a los que llaman bestias maliciosas.
Cabe analizar el dibujo que se hace de los duendes en “Harry Potter y la piedra filosofal”. Son bajitos, tienen aspecto de viejos, sus dientes son afilados y sus uñas largas, con las narices grandes, largas y puntiagudas. Y recordemos que la única actividad que ejercen, bajo sospecha social de avaricia, son la banca y las finanzas. ¿Acaso no es esa una alegoría muy racista a los judíos? ¿No resulta muy antisemita?
El fascismo mágico no sólo se percibe a nivel político, también a nivel educativo, más concretamente en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Fundada a finales del siglo X, la escuela acoge a los niños magos para instruirlos en las artes mágicas y aprendan a dominarlas y hacer buen uso de ellas. Pero, desde su fundación, el colegio tiene un curioso sistema de reparto de alumnos, que es en el que basa su política escolar a lo largo de toda su historia. En Hogwarts a los alumnos no los separa la dirección del colegio siguiendo un criterio de aptitudes, necesidades o edades. A los alumnos se les separa siguiendo el criterio de un sombrero.
Uno de los funcionarios de Hogwarts, y el segundo más incompetente, es un puto sombrero. Dicho sombrero reparte a los alumnos que llegan cada año entre las cuatro casas del colegio (son como fraternidades universitarias norteamericanas en versión Magic English). A saber: Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Esas cuatro casas reciben sus nombres de los cuatro fundadores de Hogwarts, que crearon cada uno de ellos una casa que seleccionaría a los alumnos que fueran o pensaran de x manera, diferente de los requisitos de las otras tres casas. Estos cuatro sectaristas partidocráticos encantaron un sombrero para que, después de que ellos murieran, éste siguiera con el reparto de nuevos alumnos entre las distintas casas.
Durante mil años, dicho sombrero ha ido perpetuando caprichosamente un sistema de prejuicios, un régimen social de clases en que unas desconfían de y se enemistan con otras, destrozando decenas de miles de vidas de decenas de generaciones de magos al dificultar, limitar y obstaculizar las relaciones, amistosas o sentimentales, de unos magos con otros por ser o pensar de manera distinta.
En el colegio es infrecuente la amistad o las relaciones entre alumnos de distintas casas, y menos aun entre los alumnos de Slytherin y los alumnos de las demás casas. Los alumnos de Gryffindor, Hufflepuff y Ravenclaw no ven mal las relaciones amistosas o sentimentales entre alumnos de estas tres casas en las escasas ocasiones en que se producen dichas relaciones. Sin embargo, es mucho menos probable que se produzca una relación amistosa o sentimental entre un alumno de una de esas tres casas y otro alumno de la casa Slytherin, y en las contadas ocasiones en las que se producen esas relaciones, éstas son peor vistas por los demás alumnos. El sombrero seleccionador perenniza ése sistema de que sólo pueden ser amigos o novios, o en todo caso es más aceptable socialmente que sean amigos o novios, los que piensan o sean de x manera. Durante mil años decenas de miles de magos que podrían haber sido amigos, o incluso podrían haberse enamorado, no ha sido así por culpa de un sombrero fascista.
¿Alguien se imagina que, por ejemplo, en els Maristes hicieran eso? ¿A los alumnos nuevos les separaran en el grupo de las familias pobres, el de los papis ricos, el de los extranjeros y el de los discapacitados? Algo muy parecido podemos encontrar en la película “Detergente” (Neil Burger, 2014), dónde la sociedad era dividida en cinco facciones según su personalidad o actitud. Es una manera de extrapolar a la vida social la partidocrática actividad política, una pretensión retrógrada y antidemocrática, que en el caso del mundo de Harry Potter es peor, porque se lleva ese sistema partidocrático al ámbito educativo.
Cabe mencionar que las selecciones del sombrero seleccionador parecen arbitrarias, desastrosas, absurdas o incoherentes. Vamos, que reparte alumnos entre las distintas casas a su puta bola, sin más criterio que lo que le sale de la punta de la chorra.
Pongamos como ejemplo la casa Gryffindor, que, teóricamente, en ella han de ir los más valientes y leales. Pero de esa casa han formado parte Ron Weasley, que se enemistó con Harry por celos en El cáliz de fuego y en Las reliquias de la muerte; Hermione Granger, una chica que, al ser la más lista del colegio, debería ir a Ravenclaw, y que además embrujó a un aspirante a portero del equipo de quidditch de Griffindor para que no pasara la prueba y pudiera ser Ron Weasley el portero; Albus Dumbledore, que en su juventud fue simpatizante del fascismo mágico y que en la escuela se ha convertido en un dictador psicópata; y Peter Pettigrew, quien traicionó a los padres de Harry provocando su muerte antes de traicionar a Sirius Black provocando su encarcelamiento en Azkabán, matar a Cedric Digory y resucitar al mago más peligroso de todos los tiempos al que sigue y sirve por pura cobardía.
Fijémonos ahora en Albus Dumbledore, el funcionario de Hogwarts más incompetente. Bajo su mandato, Hogwarts ha tenido mayor índice de mortalidad infantil que un instituto de Detroit, y además es un tramposo de mierda. Al final de La piedra filosofal la casa Slytherin ganaba el premio a la casa con más puntos (una competición en el que se premia o se castiga a las casas, sumándole o restándole puntos, según el comportamiento y actitud de los alumnos, y, al final del curso, la casa con más puntos ganaba la competición), mientras que Gryffindor quedó la última. Pues Albus Dumbledore se levanta, se saca la chorra, la pone sobre la mesa, y dice que ahora, for in my face, Griffindor es la casa que tiene más puntos y es la que gana. Tócate los cojones. Y todos los alumnos que no son de Slytherin celebrando a pleno pulmón tamaña injusticia, abrazándose y descojonándose de risa. Pero encima, en El cáliz de fuego Dumbledore amaña el resultado de la segunda prueba de un prestigioso torneo internacional para que Harry quede segundo. ¿Qué lección es esa para los niños que ven la película?
Dumbledores es un personaje ególatra a un nivel fantasmal. Es director de Hogwarts porque debía serlo alguien, pero no porque haya demostrado merecerlo. Se deja el pelo y la barba largos y blancos para parecerse a Dios y que la gente lo alabe como el Fucking God, es la única manera que tiene de parecer lo que no es: sabio y poderoso. Si se afeitara y se cortara el pelo, nadie le tomaría en serio. La primera guerra mágica duró once años, y en todo ese tiempo Albus Dumbledore ni se enfrentó a Voldemort ni mucho menos lo derrotó, se mantuvo al margen ejerciendo como director de Hogwarts y fundó la Orden del Fénix para que otros lucharan y murieran por él, cuando bien podría haber terminado con la guerra mucho antes cediendo la dirección de Hogwarts a alguien mucho más competente (el conserje, por ejemplo) y centrándose en que Voldemort fuera derrotado por “el mago más poderoso de todos los tiempos”. Que tenía la varita de saúco, joder.
Pero, dejando de lado que el tío es un fantasma (en el sentido peyorativo del término), veamos sus decisiones con respecto a la dirección del colegio Hogwarts, porque Harry ha estado diez veces más a punto de morir dentro de Hogwarts que fuera (sólo en La piedra filosofal Harry ha estado a punto de morir 8 veces, Ron Weasley y Hermione Granger 4 veces, y Oliver Wood y Neville Longbottom una vez); no está mal para ser el lugar más seguro del mundo mágico (en La cámara secreta Harry está a punto de morir 9 veces, en El prisionero de Azkaban 5, y en El cáliz de fuego 23). Dumbledore ha estado 20 veces más a punto de matar él a Harry por su incompetencia de lo que lo ha estado Voldemort. De hecho, la única película en la que ni Harry ni ningún otro alumno de Hogwarts ha estado a punto de morir dentro de la escuela es La orden del Fénix, que es cuando Dumbledore está más alejado de Harry y cuando es despedido de la escuela y expulsado del castillo a medio curso. Harry ha estado más seguro y más protegido junto a Dolores Umbridge que junto a Albus Dumbledore, da que pensar.
A lo largo de las seis primeras películas de Harry Potter, con Dumbledore en la dirección de Hogwarts, dentro del colegio, Harry ha estado a punto de morir 45 veces, Ron Weasley 9, Hermione Granger 7, Colin Creevey (el niño fotógrafo) 3 veces, Draco Malfoy 2 veces, Oliver Wood 2 veces (y en La piedra filosofal le comenta a Harry que ya estuvo a punto de morir una vez anteriormente), Justin Finch 2 veces, Neville Longbottom una vez, Ginny Weasley una vez, Cedric Digory una vez, y Katie Bell una vez.
En La piedra filosofal 5 alumnos están a punto de morir, en La cámara secreta 8 alumnos, en El prisionero de Azkabán 4 alumnos, en El cáliz de fuego Harry es el único alumno del colegio que está a punto de morir dentro de Hogwarts (pero lo compensa haciéndolo 23 veces), y en El misterio del príncipe 3 alumnos están a punto de morir y, sorprendentemente, ninguno de ellos es Harry.
Eso sin contar los 3 asesinatos que se producen dentro de Hogwarts entre la primera y la sexta película. Un profesor (Quirrell, al que mata Harry), un funcionario del ministerio de magia (Bartemious Crouch, asesinado por su hijo que en ese momento era profesor en Hogwarts), y el propio Dumbledore (asesinado por uno de sus profesores). 3 asesinatos en 6 años, sin contar los 11 alumnos que han estado a punto de morir repetidas veces. ¿Qué padres mandarían un hijo a un colegio con estos antecedentes, un colegio en el que la mitad del profesorado son asesinos en potencia?
Con respecto a las contrataciones. Dumbledore contrata como conserje/guardabosques a Hagrid, un aficionado a la bebida que trafica con especies protegidas y que fue expulsado del colegio por ser supuestamente causante del asesinato de una compañera, que practica la magia pese a tenerlo prohibido por sentencia judicial, y que hechiza a niños por comerse una tarta provocándoles malformaciones que harían correrse al Doctor Mengele. Y luego Dumbledore asciende a Hagrid a profesor cuando ni siquiera terminó los estudios. Sin olvidar que el mejor profesor de lucha contra las artes oscuras que contrató Dumbledore fue un mortífago fanático que mató a su propio padre dentro de Hogwarts, y los anteriores fueron un hombre lobo, un estafador vanidoso e inútil, y un tío raro que aparentemente se asusta y se desmaya cuando ve un troll y que es más que evidente que fue él quien metió ese mismo troll en el colegio porque todos los demás profesores estaban en el comedor y ninguno sospechó nada.
Ese es otro tema, la seguridad de Hogwarts. En “Harry Potter y la piedra filosofal” Hermiones le dice a Harry que, mientras Dumbledore esté en el colegio, él no corre peligro. No, no poco. Horas antes Harry habría sido asesinado en el bosque prohibido si no le hubiese rescatado un centauro, y días antes Harry estuvo a punto de caerse de la escoba desde treinta metros de altura sin que Dumbledore tratara de hacer nada para evitarlo. Tanto en la primera como en la segunda película a Harry intentan matarlo durante un partido de quidditch, y Dumbledore no hace una mierda. En la tercera película Dumbledore salva a Harry cuando éste cae, pero antes que Harry cayó Cedric Digory y a él no lo salvó. En el colegio hay escaleras mágicas que van de un sitio a otro. ¿Pero qué puto sentido tiene tener una escalera que no sabes dónde te lleva y que no puedes controlar dónde te lleva? Con el riesgo que tiene además que los alumnos se caigan con el movimiento por el hueco de las escaleras y se maten rompiéndose la cabeza o el cuello o la columna o todo. En el tercer piso hay un perro asesino de diez metros con tres cabezas, en el patio un árbol que intenta matar a cualquiera que se le acerque, y en la segunda peli hay un potencial asesino y los alumnos van cayendo uno detrás de otro, y Dumbledore espera a tomar la decisión de cerrar el colegio y mandar los alumnos a casa a que termine el curso y los alumnos deban volver a casa igualmente. Y cuando Harry está en peligro en la cámara secreta, en vez de venir él personalmente, que hubiese sido de mejor y más ayuda, Dumbledore envía un pájaro y el puto sombrero, y que se las apañe solito un niño de 12 años contra un serpiente venenosa de 20 metros que te mata con la mirada, curiosa despreocupación por alguien que según él le importa y necesita mantenerlo con vida cinco años más.
Además, en La piedra filosofal Dumbledore le regala a Harry la mejor escoba mágica del mercado, una clara y escandalosa muestra de favoritismo muy poco profesional, pero no es la única, porque deja que Harry, un niño de 11 años, se pase la mitad del primer curso paseándose por el castillo de noche, en vela, entrando incluso en zonas prohibidas para los alumnos.
Dumbledore sospecha que Voldemort va tras la piedra filosofal, y al tío no se le ocurre mejor idea que esconderla en Hogwarts, es decir, hacer que Voldemort trate de infiltrarse en Hogwarts, poniendo en peligro la vida de todos los alumnos (más aun de lo que ya las pone en riesgo normalmente, por puro capricho), y no sospecha del único profesor que no estaba en el comedor cuando no se sabe cómo apareció un troll en las mazmorras, un profesor que empieza a llevar turbante cuando antes no lo hacía. Dumbledore es tan vago que, en vez ir él personalmente a Gringotts a encargarse de un asunto tan importante y secreto, envía a Hagrid para que lo haga él en compañía de un niño de 11 años que luego se lo comenta a sus compañeros en medio del gran comedor rodeado de los demás alumnos ¡Y luego McGonagall se sorprende que medio colegio sepa lo de la piedra filosofal! Dumbledore sospecha que Voldemort va tras la piedra filosofal, y en vez de ir él mismo, que es el único que podría hacerle frente, envía a Hagrid, que tiene prohibido hacer magia, en compañía de Harry, que aun no sabe hacer magia y que es a quien Voldemort quiere matar.
Por no hablar de que Dumbledore tiene a un ejército de elfos trabajando en las cocinas del colegio en régimen de esclavitud, y dejó a Harry cuando éste era un bebé en casa de sus tíos a pesar de que McGonagall le advirtió que estos eran unos sociópatas maltratadores. Dumbledore muestra una despreocupación psicopática por Harry. No sólo no hizo nada por proteger a sus padres, sino que durante once años suda de él, no se preocupa ni lo más mínimo, no se molesta en averiguar cómo le va y si está bien. Harry se pasa los once primeros años de su vida encerrado en un armario bajo una escalera, y a Dumbledore se la pela.
El resto del mundo mágico es tanto peor. Un sólo banco, un sólo colegio, una sola tienda de varitas... es todo monopolio, no hay competencia mercantil ni libre comercio, es puro supremacismo capitalista. Y en la segunda película todos los libros de texto que han de comprar los alumnos de Hogwarts son del personaje de Kenneth Branagh. Tío, canta a kilómetros que el director del colegio se lleva comisión.
En conclusión. La película, en general, no es nada del otro mundo, es pasable. Como película infantil y de fantasía “Harry Potter y la piedra filosofal” no está mal, podría ser mejor, pero está bien. La película te gusta si la ves de niño, pero envejece mal, cuando te haces mayor te aparta su infantilismo y deja de gustarte tanto como antes. Tampoco sirve de mucho romperse la cabeza con lo que podría haber sido la película o cómo podría haber sido, es más útil aceptar que la película gusta más a un edad determinada y no ambiciona gustar igual a un público que no sea infantil.
Mi calificación es: