Oxford, 1993. Martin (Elijah Wood), un estudiante universitario nortamericano que viene a Oxford con una beca, descubre el cuerpo sin vida de su casera, Mrs. Eagleton, una mujer que en su juventud formó parte del equipo que descifró el Código Enigma. Poco después, Arthur Seldom (John Hurt), un profesor de lógica de la universidad al que Martin quería que supervisara su tesis, recibe una nota en la que se advierte que ése es el primero de una serie de asesinatos. El estudiante y el profesor deciden investigar el caso, utilizando códigos matemáticos, para encontrar el patrón que sigue éste asesino en serie.
La novena película de Álex de la Iglesia, que adapta la homónima novela de Guillermo Martínez (de muy recomendable lectura), se plantea, en principio, como otra historia detectivesca en la que hay que resolver un crimen o una serie de crímenes y descubrir quién es el asesino. Pero en éste caso la fórmula se muestra con factores distintos.
Nos encontramos con que los personajes que hacen el trabajo de detectives no son detectives, como ocurre con el personaje de Robert Langdon en “El código Da Vinci” (Ron Howard, 2006), Grégoire de Fronsac en “El pacto de los lobos” (Christophe Gans, 2001), Kenzo Tenma en “Monster” (Masayuki Kojima, 2004), o Abe Holt en “Verdades ocultas” (Baltasar Kormákur, 2005). Dichas obras ofrecen situaciones en las que los protagonistas, hasta ese momento mera gente anónima con trabajos mundanos u ocupaciones ordinarias, cuyas vidas estaban alejadas de los crímenes y las investigaciones policiales, se ven inmersos en una situación que les empuja a investigar, como si fueran detectives de verdad, para averiguar la identidad del criminal.
Éste dibujo contextual ayuda a que el espectador medio, el espectador común (que no suele ser detective ni policía), se inmersa en la historia, pues le resulta fácil identificarse con los protagonistas y ponerse en su lugar. En “Los crímenes de Oxford” se invita al espectador a investigar con los protagonistas, y hacerlo a través de las matemáticas, un medio más académico que policíaco. La clave para resolver el caso no pasa por revisar viejos informes de otros casos ni por interrogar a testigos, la linea de investigación la proporciona el propio asesino, la serie lógica. Parar la serie de asesinatos pasa por resolver una ecuación. Eso es lo que asusta a los protagonistas, que un error suyo al intentar resolver el problema puede conllevar la muerte de una persona. Normalmente equivocarse en un cálculo no tiene mayor consecuencia que haber perdido algo de tiempo y es fácilmente corregible. Sin embargo, la situación en la que se ven metidos Martin y Arthur Seldom es tensa y estresante, pues en su caso las consecuencias de los errores de cálculo no son corregibles, no puedes volver atrás para evitar un asesinato que ha ocurrido porque has calculado mal.
La pregunta que la película plantea a los espectadores, y que en la película se plantea a los protagonistas, es: ¿Podemos descubrir la verdad? ¿Podemos averiguar quién es el asesino? ¿Podemos resolver el caso? ¿Podemos saber qué pasó, cómo pasó, quién lo hizo y porqué? Y en éste dilema nos encontramos con dos puntos de vista diferentes, el de Martin y el de Arthur Seldom.
Martin es joven e ingenuo, y cree que todo en la vida es resoluble matemáticamente, que controlando y dominando las matemáticas puedes controlar y dominar la vida, que únicamente hay que saber calcular las variables presentes, como hace cuando juega al pádel, y entonces sabrás por dónde te vendrá la pelota y podrás golpearla otra vez en lugar de que ésta se te escape o te golpee.
Pero Martin no parece darse cuenta que las personas con las que se relaciona desmontan con su propia existencia la percepción del protagonista con respecto a la determinación matemática de la realidad. Los personajes de Beth, Podorov o Frank no consiguen, porque no es posible, determinar sus vidas como si éstas fueran ecuaciones matemáticas, no pueden alterar el orden de los factores ni cambiar los número establecidos para que dé el resultado que a ellos les gustaría.
Seldom, por el contrario, es escéptico. No cree que la realidad se produzca siguiendo un patrón matemático ni en base a una serie lógica. Al revés, las matemáticas se inventaron para intentar encontrar una lógica a lo absurdo de la realidad, porque el ser humano no soporta no entender la realidad, porque no puedes controlar lo que no entiendes, y da miedo no poder controlar tu entorno, te sientes vulnerable, desprotegido.
La tesis del profesor, en contraposición con la del alumno, es que las matemáticas no son el telar ni el tejido con el que se teje la realidad, sino un mero truco para fingir que podemos controlar aquello que no controlamos, nuestras vidas, un autoengaño para tratar de dar sentido a algo que no lo tiene, la realidad, y tratar de convencernos de que no estamos en manos del azar, que controlamos el destino en vez de que el destino nos controla a nosotros. Cuando vemos una suma de 2+2 nos sentimos tranquilos porque sabemos que el resultado es 4, es una certeza innegable, pero eso es sólo en las matemáticas, en la vida real casi nunca 2+2 es 4, a veces es 5, o 7, o 3,14159265, que no gusta a nadie. Casi siempre la vida es como el número pi: irracional, inabarcable, complicadísimo, irresoluble. La vida es π, no 2+2=4. La naturaleza de las matemáticas es algo tan triste como el miedo que supone cercionarse que no existe ninguna verdad fuera del mundo de las matemáticas, el desasosiego de saber que no se puede encontrar ninguna certeza absoluta que no sea matemática.
¿Cómo pueden los protagonistas averiguar la verdad tras la serie de crímenes cuando no hay ninguna verdad absoluta que descubrir? ¿Cómo se puede demostrar una verdad no matemática cuando no existe las verdades innegables fuera del ámbito matemático? La realidad no se basa en ecuaciones racionales sino en enunciados indeterminados. La teoría de que a partir de unos axiomas establecidos y unas deducciones lógicas se puede llegar a una conclusión válida que demuestra un hecho irrefutable se desmorona cuando se es incapaz de salvar el abismo que hay entre lo verdadero y lo demostrable, porque es imposible saber si se tiene todos los datos acerca de un fenómeno, y la falta de un factor en un cálculo de la realidad cambia por completo el resultado de la operación.
Por tanto, la investigación que llevan a cabo tanto los protagonistas como la policía es matemáticamente inútil e irrelevante, porque aquello que puedan demostrar no será una verdad absoluta, y aquello que sea innegablemente cierto no lo podrán demostrar fuera de una fórmula numérica.
Resolver un caso criminal no deja de ser como resolver una serie lógica, como ocurre precisamente en la película, dónde los protagonistas tratan de resolver el caso tratando de resolver la serie lógica que plantea el asesino. Sin embargo, la conclusión a la que pueden llegar los protagonistas, aún siendo válida, es posible que no sea la respuesta que espera el asesino. Una serie lógica puede tener respuestas evidentes, pero también respuestas ridículas, sin que éstas sean menos válidas que las obvias. Una respuesta que en principio puede considerarse absurda, propia de un ignorante o un tarado mental, puede ser otra solución posible y perfectamente válida para continuar la serie, sólo que con una justificación muchísimo más compleja.
Al fin y al cabo la serie 2, 4, 8 puede continuar con el 16, pero también con el 10, o el 7004. La destacable inteligencia de los sujetos que plantean resoluciones tan estrambóticas hace que se salten las soluciones convencionales y les resulte más evidentes aquellas conclusiones que al resto de mortales les parece más confusas. Siempre es posible encontrar una regla que permita continuar la serie con cualquier número o símbolo, sólo depende de lo complicada que sea esa guía.
Es como un basto abanico de caminos que llevan todos al mismo lugar. El pensamiento normal parece dirigido por unas vallas cercadas en nuestro cerebro que nos impiden salirnos del camino más sencillo y recto y nos dificulta ver y tomar las demás vías, elegir otras rutas como esos pocos elegidos capaces de pensar sin barreras.
Pero si todo es demostrable, entonces cualquiera podría ser el asesino, todos podrían ser el asesino, siempre habrá deducciones que ratifiquen una conjetura, por tanto tan demostrable es que el asesino es quien no es como que el asesino es quien sí es, lo cual es una ventaja para el asesino, porque el crimen perfecto no es el que queda sin resolver sino el que se resuelve con un falso culpable.
De modo que la policía, siguiendo una investigación efectuada profesionalmente, podría concluir que el asesino es X, mientras que Martin y Arthur Seldom, calculando con igual rigor, siguiendo la misma serie numérica o simbólica, pero usando una lógica más complicada, podrían deducir que es igual de demostrable que el asesino es Y. O bien podría ser Martin o Arthur Seldom el asesino, proponiendo inferencias para demostrar la culpabilidad de otro.
Finalmente, en la resolución del caso, tanto Martin como Arthur Seldom aprenden cada uno una lección. Al igual que le ocurrió al personaje de Kalman, Martin deja que su obsesión por las matemáticas le haga perder la mujer que quiere y con la que podría haber compartido felizmente el resto de su vida, y todo para no ignorar una certeza tan cruel e insoportable que, como ocurrió con Kalman, no hará más que atormentarle y consumirle por dentro. Y Arthur Seldom admite algo tan ilógico y absurdo pero tan personalmente demostrado y evidenciado como que el aleteo de una mariposa puede provocar un huracán al otro lado del mundo, que los más inocentes y banales actos realizados inconscientemente pueden ocasionar las más espantosas tragedias sin ser por eso menos responsable de que ocurran.
“Los crímenes de Oxofrd” es una obra destacable en la filmografía de Álex de la Iglesia. Si se la compara con propuestas anteriores del director bilbaino, como “El día de la bestia” o “Crimen ferpecto”, es fácil observar un notable cambio de estilo en la dirección, una variación lógica y necesaria, pues De la Iglesia deja puntualmente de retratar la España salvaje y violenta para realizar un ejercicio de intriga británica hitchcockiana. Claramente un inglés no tiene el mismo comportamiento ni la misma mentalidad ni el mismo carácter que un español, por tanto De la Iglesia no podía dirigir ésta película de clara contextualización inglesa del mismo modo en que dirigió “Acción mutante” o “La comunidad”.
Por éste motivo, “Los crímenes de Oxofrd” es probablemente la película menos representativa de su director, pero no por eso es una obra menor, al contrario, es uno de los mejores trabajos de su carrera. De la Iglesia dirige éste film con un virtuosismo asombroso, tanto en la escritura de guión (que firma junto a su colaborador Jorge Guerricaechevarría, uno de los mejores guionistas del cine español) como en la planificación y narrativa visual, el montaje, la dirección de actores, etc. Ningún aspecto de la película parece haber sido dejado al azar por De la Iglesia, y aunque seguramente la ecuación del rodaje fue caótica y absurda, el resultado final es sobresaliente, en todo sus aspectos.
El portentoso hacer de De la Iglesia se puede observar en cómo ejecuta los distintos flashbacks del film, tanto el escenificado en el siglo XIX como el de la escena que abre la película, ambientada en el frente de la primera guerra mundial. Sin olvidar la secuencia de Kalman, que resume en un par de minutos lo que podría haber sido otra fascinantes película. En todos estos momentos De la Iglesia alardea de su capacidad para el montaje, y muestra que su competencia en ese aspecto no es menor que la de Hitchcock. De hecho, el estupendo plano secuencia con el que se descubre el primer asesinato es un claro y pertinente homenaje a “Frenesí”, (Alfred Hitchcock, 1972). En ese plano secuencia, antes de mostrar a la primera víctima, De la Iglesia exhibe panorámicamente, en un elegante y largo travelling trucado en montaje, una serie de personajes ya presentados que serán los sospechosos de ser el asesino, informando al espectador que, efectivamente, uno de ellos ha matado a Mrs. Eagleton (interpretada por la ya fallecida Anna Massey, que precisamente interpretó a una de las víctimas del asesino de la corbata en el “Frenesí” de Hitchcock).
Toda la película es una masterclass de montaje. De la Iglesia demuestra que tenía el montaje pensado, planeado en la cabeza desde la escritura del guión; que empezó el rodaje sabiendo cómo montaría posteriormente la película en la sala de edición, y que rodó según lo que montaría posteriormente, en vez de montar según lo que rodó anteriormente, como hacen los malos directores. Pero el director no sólo muestra su dominio del montaje, sino también su destreza en la planificación visual. Visualmente “Los crímenes de Oxofrd” es muy potente, todos los planos destacan, todos los planos (que son muchos) están realizados notablemente, a pesar del poco tiempo de rodaje que se dispuso. De hecho, la película costó ocho millones de euros (nueve millones de dólares), y como poco aparenta el doble.
También destaca la dirección de actores, aunque en el caso de la película no parece haber sido una labor muy difícil, pues los protagonistas son grandes intérpretes y todos los actores están fenomenal. Elijah Wood y John Hurt forman un dúo interpretativo que deja maravillado, y Alex Cox está increíble como Kalman. Tampoco cabe olvidar la banda sonora obra de Roque Baños, uno de los mejores compositores españoles.
En resumen. “Los crímenes de Oxford” es una magnífica propuesta cinematográfica, dirigida con maestría, con unas actuaciones portentosas, visual y narrativamente destacable, con un gran diseño de producción, y muy encarecidamente recomendable para los fans del cine de intriga e investigaciones detectivescas en general.
Mi calificación es: