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jueves, 22 de agosto de 2019

CRÍTICA ONCE UPON A TIME... IN HOLLYWOOD (2019), POR ALBERT GRAELLS

SISTEMA DE CALIFICACIÓN: ☆ MALA BUENA MUY BUENA EXCELENTE

Sinopsis: Los Ángeles, 1969. La estrella de un western televisivo, Rick Dalton, intenta amoldarse a los cambios de la industria de Hollywood al mismo tiempo que Cliff, su doble de acción. Las vidas de ambos cambiaran por unos vecinos que acaban de casarse, la joven actriz y modelo Sharon Tate y el prestigioso director Roman Polanski. 

CRÍTICA CON SPOILERS

“Once upon a time... in Hollywood” es la novena y, previsiblemente, penúltima película de Quentin Tarantino como director, y es una obra muy personal del autor. Del mismo modo que “Roma” fue un ejercicio de nostalgia para Alfonso Cuarón, lo mismo se puede decir para Tarantino de “Once upon a time... in Hollywood”. La película no sólo es un dibujo de cómo el director recuerda Los Ángeles de su infancia, también funciona como un homenaje a toda la cultura cinematográfica, televisiva, musical, literaria y, en general, pop que recibió en su niñez. Es cierto que, a lo largo de su filmografía, Tarantino ha homenajeado toda esa cultura, pero nunca en el contexto en el que la vivió, los año 60. Con esta película Tarantino recuerda la cultura recreativa con la que se educó y la homenajea en esa misma época en la que la disfrutó. 

Éste ejercicio de veneración a una época se presenta con una historia construida para rendir tributo al artista del ámbito cinematográfico. Tarantino loa a los actores y a los dobles de acción humanizando su figura con los personajes de Leonardo DiCaprio y Brad Pitt, pero luego hablaremos de ellos, porque el director también se encumbra a sí mismo dándose el gusto de hacer aquello que deseaba hacer y no pudo. En una entrevista, Tarantino explicó que una película que hubiera deseado dirigir es “Boogie Nights”, de Paul W. S. Anderson, obra con la que “Once upon a time... in Hollywood” comparte varios aspectos. 

La segunda película de Anderson también retrataba cultural y socialmente la década en que el director vivió su infancia, en su caso los años 70. Y, al igual que en “Boogie Nights”, en “Once upon a time... in Hollywood” se dibuja la violencia como un suceso brutal a la vez que absurdo y sinsentido. Al fin y al cabo el asesinato de Sharon Tate y sus amigos a manos de los secuaces de Charles Manson a órdenes de éste último no pareció tener ninguna finalidad concreta, simplemente parece que los mataron porque sí, pues pasados ya 50 años ninguno de los condenados por aquel crimen ha explicado la razón por lo que lo hicieron, aparentemente no hubo ninguna. 


Tal como hiciera Anderson en “Boogie Nights”, Tarantino también refleja en su nueva película un cambio de época y la incapacidad de algunos personajes, como es el caso de la pareja protagonista, de adaptarse a ese nuevo periodo, tanto en la sociedad como en la industria. La película se sitúa en el crepúsculo de un tiempo definido por la contracultura hippie y la consolidación de la televisión en el hogar norteamericano, es el año de Woodstock y “Easy Rider”, es la década de series televisivas como “Bonanza”, “El avispón verde” y “The F.B.I.” 

El personaje de Leonardo DiCaprio, Rick Dalton, percibe que esta transformación generacional está ocasionando que su carrera entre en declive, pues fue un actor muy popular a partir de finales de los 50 gracias a que protagonizó una exitosa serie de televisión sobre el salvaje Oeste, pero una década después hay una nueva generación de actores más jóvenes (representados en el film por el personaje de Timothy Olyphant -a pesar de que, curiosamente, Olyphant es siete años mayor que DiCaprio-) y más atractivos para el nuevo público, y eso hace que directores, productores y directivos le releguen a participaciones episódicas en otras series, donde hace de malo y es vencido o asesinado por el bueno. 

Rick se siente deprimido y frustrado, siente que ya no está en la gloria, que ya no es una gran estrella, si es que alguna vez lo ha sido, y que su etapa de popularidad se está terminando, y tener una casa de propiedad en las colinas de Hollywood no ha evitado ni evitará eso. Ahoga sus penas en el alcohol y en un insano consumo de tabaco, las preocupaciones y los excesos afectan a su capacidad interpretativa, teme terminar como el personaje de Norma Desmond de “El crepúsculo de los dioses”, encerrado en su casa viendo las películas y series que protagonizó para satisfacer su nostalgia mientras el resto del mundo se olvida de él y no le hace ni puto caso a pesar de sus intentos de que le recuerden y le llamen; el típico síndrome Rosa Díez. 

Cliff, el doble de acción de Rick, no sólo carga con su trabajo, sino también con su vida. Le hace de chófer, le hace las reparaciones del hogar, le anima cuando está deprimido... y lo hace más porque es su amigo que no porque le pague. El personaje de Brad Pitt se da cuenta también que ya ha dejado atrás sus buenos tiempos. Es mayor de lo que aparenta, es incluso veterano de la Segunda Guerra Mundial, y ha tenido malos momentos personales y profesionales y ya nadie más que Rick confía en él, por eso ahora hace más de su chata que de su doble. 


Aun así se toma mejor la situación que su amigo, al fin y al cabo sólo es un doble de acción, su etapa laboral llega a su fin pero nunca ha estado en ninguna cima de la que le han echado pues no hay cúspides en su profesión. Pero, incluso asumiendo eso, no puede evitar sentirse afligido al ser consciente que ya no es joven, que pronto será considerado viejo, y por mucho que se esculpe el cuerpo, se mantenga guapete, aparente una pose juvenil y pueda ganar una pelea contra un contrincante de altura o tres principiantes, eso no quita las canas que se le intuyen y las arrugas de la cara que no puede ocultar. Las chicas hippies, a pesar de que con su coquetería le hacen sentirse joven y deseado, también le hacen recordar que está a las puertas de la vejez tanto como a las puertas de la jubilación. 

No ayuda a eso el personaje al que visita, George Spahn, interpretado por Bruce Dern, dueño del rancho en el que se rodaba la serie en el que Cliff hacía de doble de Rick. Ahora, Spahn, con 80 años, es un anciano ciego y senil del que las chicas de la “familia” Manson se aprovechan para vivir en su propiedad. Cliff ve en George el que seguramente será su futuro, ser un viejo inválido que vive sólo, o peor, con gente que se aprovecha de su indefensión, y eso le asusta, por eso disfruta de la vida en la medida que le sea posible antes de que llegue el día en que ya no pueda hacerlo, cenando y viendo la tele con su perra o su amigo, o circulando de noche por las calles de Los Ángeles iluminadas por las luces de neón. 

Rick y Cliff son una suerte de Quijote y Sancho Panza, unos outsiders desatados. Pero Tarantino no dibuja así a estos personajes para burlarse de los actores y los dobles de acción, “Once upon a time... in Hollywood” no se concibe como una budy movie cómica. Tarantino construye a Rick y a Cliff no con el fin de caricaturizar las figuras del actor y del doble de acción sino con el objeto de humanizarlos. La pareja protagonista son personajes que, a pesar de la popularidad del primero y la fortaleza del segundo, tienen muchas debilidades. Rick no puede evitar derrumbarse, y Cliff no sabe encaminar su vida. Rick busca el reconocimiento y aprobación de una actriz de ocho años (una suerte de Jodie Foster), y Cliff se resiste a envejecer y se agarra con uñas y dientes a una juventud que ya pasó. Rick pierde autoestima y confianza en sí mismo, y Cliff se lleva mejor con su perra de lo que se llevó con su mujer. 


Tarantino nos enseña que, detrás de la estrella, está la persona, y que, aun siendo las dos caras de la misma moneda, no son la misma cara. Cuando vemos a Leonardo DiCaprio o a Brad Pitt, sólo vemos un cara de la moneda, la estrella, incluso cuando van a entrevistas o de promoción no hacen más que seguir actuando, fingen ser diferentes de como son. Estamos tan acostumbrados, por ejemplo, a ver Tom Holland actuando como un adolescente en sus películas o a Robert Downey Jr. haciendo de superdotado sarcástico que pensamos que en la vida real son así, pero en su vida personal ríen, lloran, comen, beben, mean y cagan como nosotros e igual que nosotros. 

Otro personaje, en éste caso real, con el que Tarantino humaniza a los actores es Sharon Tate. En esta película, la que fue la esposa de Polanski es mostrada de manera cercana. Tate se ve como una mujer que, fuera de su trabajo, pasa el tiempo con sus amigos, escucha música y baila, sale de fiesta con su marido, va de compras o se pasa la tarde en el cine... hace lo mismo que todos nosotros, los que no somos estrellas de cine. No es un retrato psicológico profundo y pretencioso, al contrario, Tarantino nos empatiza con Sharon Tate haciendo un retrato sencillo y cercano de ella, prácticamente la sienta en la sala de cine con nosotros, los espectadores de la película, nos la pone al lado o delante. 

Además, Tarantino hace de Sharon Tate una suerte de caperucita roja, un reflejo de la inocencia, en contraposición con Charles Manson, que en una breve aparición lo muestra como el lobo feroz disfrazado con piel de cordero. Es la manera que tiene el director de hacer de esta película un cuento, de ahí el título, “Once upon a time... in Hollywood”. Como los cuentos, no es una historia real, a pesar de recrear una época real. El cuento es la manera que tiene Tarantino de corregir la historia y hacer justicia, tal como hizo en “Malditos bastardos”, y hacer que, algo que tuvo un mal final, al menos en la ficción tenga un buen final, como lo tienen todos los buenos cuentos. Muestra de ello es el final, donde al protagonista, cual cazador después de haber acabado con el lobo, se le abren las puertas del cielo, y asciende al paraíso donde recibirá su recompensa. 

Un aspecto muy interesante de la película es el trato que Tarantino hace de la violencia. El director se cabrea mucho, y con razón, con aquellos “críticos” ---normales que despotrican contra sus películas por la violencia que en ellas se muestra, aduciendo que la violencia ficticia ocasiona violencia real, y que lo que hace Tarantino es promover que en la vida real la gente haga lo mismo que sus personajes en la ficción. Esta gil------- de “argumento” se usa demagógicamente para desvirtuar una realidad contraria, que la violencia ficticia no ocasiona violencia real, es la violencia real la que ocasiona la violencia ficticia, al fin y al cabo la ficción no es más que una representación de la realidad, y no al revés. 


Estos imb------ (que, sin embargo, no reprueban películas como “Braveheart” o “La pasión de Cristo” pese a ser tanto o más violentas) son representados simbólicamente por Tarantino en los secuaces de Charles Manson, que en la película tratan de justificar sus crímenes alegando que es lo que han aprendido viendo la violencia que se enseña en la tele o en el cine, cuando en realidad no lo hacen por eso y lo saben, simplemente usan esa excusa para querer dar una razón a algo que no la tiene. 

Tarantino expone que los que actúan violentamente no es porque exterioricen un adoctrinamiento de la violencia que se les haya inculcado en el cine o en la televisión, sino simplemente porque son malas personas. Rick Dalton no sólo no ha visto violencia en la ficción, sino que incluso la ha ejercido en la ficción, y no va por la ciudad de Los Ángeles con un lanzallamas cual Hank Scorpio prendiendo a la gente en llamas a su paso o disparándola con una metralleta. 

Un buen ejemplo de esa tesitura es la novela “El señor de las moscas”, de William Golding, una obra tan célebre que es lectura obligatoria en colegios e institutos de Reino Unido. En dicha obra (precursora de la novela “Battle Royale”, cuya adaptación cinematográfica es una de las películas favoritas de Tarantino y una de las que confiesa que le gustaría haber dirigido) un avión se estrella en una isla del Pacífico con una treintena de niños que sobreviven al accidente, pero se ven abandonados en una isla desierta sin nadie que les rescate a centenares de kilómetros a la redonda, sin ningún adulto que les ayude. Gradualmente algunos de los niños van desarrollando una actitud irracional, violenta e incluso psicopática. Pero otros niños, a pesar de estar en la misma situación, perdidos sin posibilidad de escapar por sus propios medios, tratan de fomentar un comportamiento positivo, colaborativo y asociativo. No es el accidente ni el aislamiento ni el miedo lo que convierte a los antagonistas de la obra en matones, asesinos y sádicos, ya lo eran previamente; el accidente, el aislamiento y el miedo son sólo una oportunidad de justificar su actitud y ejercerla impunemente. 


Hablando de la ficción de Rick Dalton, Tarantino aprovecha el ejercicio de metacine que hace reiteradamente en la película para mostrar la violencia de dos maneras distintas. En “Once upon a time... in Hollywood” todas las escenas de violencia son evidentemente ficticias, pero no todos los momentos violentos son igual de ficticios. Cuando en una película hay violencia, esa violencia es ficticia para nosotros los espectadores, pero es real para los personajes que salen en la película, salvo en “Once upon a time... in Hollywood”. En la película de Tarantino no toda la crueldad es real para los personajes de la misma. Salvo en dos excepciones protagonizadas por Brad Pitt, en las dos primeras de las tres partes en las que se divide el film la agresividad que se presencia es ficticia dentro de la propia película, los asesinatos que se ven en “Once upon a time... in Hollywood” son ficticias para nosotros los espectadores y también para los propios personajes porque estos la fingen en un rodaje o la ven en películas dentro de la propia película. No sé si me explico. 

No ocurre así en el último tercio del film, dónde la violencia, desagradablemente explícita, si es real para los propios personajes, pues son estos los que la realizan o la sufren en vez de fingirla y verla en una pantalla. El estallido de brutal y sangriento ensañamiento que sucede en apenas cinco minutos toma una connotación diferente a la violencia vista anteriormente en el film (salvo las dos excepciones mencionadas) por cuanto esa furiosa explosión de salvajismo y sadismo es real para los propios personajes. Mediante el extenso ejercicio de metacine que realiza, Tarantino hace un distanciamiento entre la violencia ficticia y la real, pues a la primera la presenta como un arte y un entretenimiento, mientras que a la segunda la muestra como una crueldad o una defensa. De éste modo, el director muestra que no hay relación directa entre la violencia real con la ficticia, quitando la razón a los que tratan de hacer a la violencia ficticia responsable de la violencia real. 

Como he mencionado antes, “Once upon a time... in Hollywood” se divide en tres partes, cada una de ellas mostrando un día en la vida de los tres personajes más importante: Rick Dalton, Cliff, y Sharon Tate. Es decir, la historia del film se desarrolla a lo largo de tres días, de los cuales los dos primeros son consecutivos, no así el tercero. De ese modo, la película desarrolla una estructura narrativa episódica, como si fuera tres episodios seguidos de una budy movie televisiva, con cada tramo planteando un inicio, un desenlace y un final, al igual que la propia película en su conjunto. 


No es el único juego de montaje que hace Tarantino. Para no verse limitado por el margen temporal de sólo un día por sección, el director hace uso del flashback, recurso con el que juega muy bien y mucho, llegando a ofrecer incluso flashbacks dentro de flashbacks. 

Pero la estructura narrativa no es el único juguete con el que Tarantino se encapricha en la película, también los géneros, pues, a diferencia de otras propuestas, “Once upon a time... in Hollywood” no se puede definir en un sólo género, si acaso en ninguno. La película no mezcla varios géneros, no es una película dramática de terror o una comedia gore, no es un thriller de fantasía ni un romance histórico. El film de Tarantino muestra una historia construida en bases a varios géneros, pero separados, nunca mezclados. Cada secuencia o escena puede estar contextualizada en un género distinto a las demás. 

Por ejemplo, hay una secuencia protagonizada por Brad Piit que se desarrolla escénicamente en el rancho Spahn, y es una secuencia de terror, y lo más sorprendente, es una secuencia de terror ambientada de día y mayormente en el exterior. Es muy fácil hacer una película o una escena de terror ambientada de noche y en un sótano o en una casa maldita o encantada, lo vemos en las películas de “Expediente Warren”. Lo difícil es hacerla en un exterior a plan luz del sol sin elementos sobrenaturales, eso pocos lo han hecho y menos aún lo han hecho bien. Quentin Tarantino lo ha hecho, y muy bien. Durante toda la secuencia el espectador está en tensión por lo que le pueda pasar a Brad Pitt, y el director mantiene esa tensión durante un buen rato. 

Otro momento en el que la tensión es trabajada con notable habilidad es en el clímax, una secuencia de gran suspense, hasta que la incertidumbre se resuelve de pronto en un drástico cambio de situación muy aplaudida por el espectador. 


También hay no pocas situaciones de comedia, como el flashback protagonizado por Cliff y Bruce Lee. Es una escena destacable no sólo por el dinamismo con el que Tarantino mueve la cámara (y en la que también se resiste lo máximo que puede a cortar el plano) sino por el retrato que hace de Bruce Lee. Como ya hiciera en “Malditos bastardos”, Tarantino vuelve a ridiculizar a personajes históricos en su nueva película, especialmente a Bruce Lee y a Steve McQueen, que sale brevemente. A Lee lo dibuja como la arrogancia personificada, el espectador prácticamente es invitado a reírse de Bruce Lee por lo ridículamente pretencioso que se ve. Y a McQueen lo muestra como blando y pueril, muy diferente a la imagen que en aquella época se tenia de él. 

Sin embargo, nada de lo anteriormente mencionado es tan recordable como lo mejor de la película, las impresionantes actuaciones de Leonardo DiCaprio y Brad Pitt. Están para que los nominen al Oscar, a ambos. Su trabajo interpretativo en esta película asombra. Y si separados ya es un placer verles actuar, cuando lo hacen juntos compartiendo la misma escena eso ya es difícilmente superable, y la mitad de la película son ellos dos juntos. 

En conclusión. “Once upon a time... in Hollywood” es, estilísticamente, la película menos tarantiniana de la filmografía de Tarantino, más próxima a “Jackie Brown” que a “Kill Bill”, más cercana a “Malditos bastardos” que a “Pulp Fiction”. Sin embargo, también es, seguramente, la película que a Tarantino le habrá gustado más escribir y dirigir, y eso se percibe en cada escena, en cada plano. Eso, en el fondo, la convierte en la película más quentiniana.

Mi calificación es: