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sábado, 7 de marzo de 2020

CRÍTICA MISIÓN: IMPOSIBLE 2 (2000), POR ALBERT GRAELLS

SISTEMA DE CALIFICACIÓN: ☆ MALA BUENA MUY BUENA EXCELENTE

Sinopsis. La nueva misión imposible, porque decide aceptarla, del agente especial más buenorro de la FMI, Ethan Hunt, consiste en impedir que un despiadado ex-agente que se ha convertido en terrorista se apodere de un virus muy chungo que mata a la peña en 34 horas y lo introduzca en Australia causando millones de víctimas. Para ello, cuenta de nuevo con la inestimable ayuda del genio informático Luther Stickell, con el experto conductor Billy Baird, y con la sensual ladrona internacional Nhye, que tuvo tema con el terrorista, pero que ahora se siente atraída por Hunt porque está más bueno y es menos malo. 

En el año 2000 se estrenaron muchas películas muy notables, e incluso inolvidables: “Amores perros”, de Alejandro González Iñárritu; “Gladiator”, de Ridley Scott; “La comunidad”, de Álex de la Iglesia; “Requiem for a dream”, de Darren Aranofsky; “Tigre y Dragón”, de Ang Lee; “Battle Royale”, de Kinji Fukasaku; “La celda”, de Tarsem Singh; “Los ríos de color púrpura”, de Mathieu Kassovitz; “El protegido”, de Eme Noche Se Llama Lan, “Deseando amar”, de Wong Kar-Wai, “Snatch: cerdos y diamantes”, de Guy Ritchie; entra tantas otras. Y entre esas tantas otras se encuentra una propuesta infravalorada, y que en realidad supone la obra más disfrutable de la saga en la que se sitúa. Me refiero a la película que analizo en esta crítica, “Misión: Imposible 2”. 

Esta película de John Woo pasa por ser la obra fílmica más alegóricamente filogay desde “Pesadilla en Elm Street 2: La venganza de Freddy” (Jack Sholder, 1985). Esta afirmación puede parecer una paja mental propia de la mente enfermiza de quien escribe, y aunque el autor de éste texto no se atreve a confirmar categóricamente su buena salud psicológica, la connotación homoerótica de “Misión: Imposible 2” es tan evidente que no la negaría ni Gore Vidal. 


Esta fascinante propuesta cinematográfica no es tanto un ejercicio de acción adrenalínica (que también) sino una historia de romances entre hombres y entre hombres y mujeres. El héroe y el antihéroe de esta historia, Ethan Hunt y Sean Ambrose respectivamente, no dejan de ser una representación inversa de la relación entre Gilgamesh y Enkidu en “La epopeya de Gilgamesh”. En el poema sumerio Gilgamesh y Enkidu comienzan su relación como antagonistas mutuos, sin embargo sus enfrentamientos terminan por unirlos sentimentalmente hasta que se convierten en almas inseparables. En la segunda entrega de la saga Misión Imposible ocurre lo contrario, Ethan y Sean fueron amantes, pero su relación se deterioró hasta convertirse en mutuos adversarios. El hecho de que Sean, cuando era agente del FMI, sustituyera a Ethan cuando éste no estaba disponible para la agencia, es la manera que tiene el guionista de indicar que ambos personajes eran almas gemelas, que su relación no sólo era profesional sino sentimental. Cuando el jefe del FMI, interpretado por Anthony Hopkins, le comenta a Ethan las veces que Sean se hizo pasar por él, entre dos y tres, e Ethan afirma que dos, el subtexto es las veces que han follado, que han tenido sexo, que han usado la cama u otro mobiliario para fornicar, para aparearse, para darse placer mutuamente. 

Por eso el jefe del FMI le encarga a Ethan la misión, y no a otro agente. Si Ambrose es el virus, Hunt es su antivirus. Un villano sólo puede ser vencido por su némesis. Y para tener un héroe, antes debe haber un villano, como sucede en la historia de la película, que para crear un antivirus, Belerofonte, antes debe crearse el virus, Quimera, del mismo modo que en “La epopeya de Gilgamesh” antes tuvo que haber un villano (Gilgamesh) para que después hubiera su contraparte (Enkidu), y por eso mismo en la película se presenta antes al villano que al héroe. En “Misión: Imposible 2” Ethan es el Belerofonte de Sean y éste la Quimera de Ethan. 


El director entiende perfectamente las metáforas que el guionista da en su libreto, y no desaprovecha la oportunidad de mostrarlo visualmente como lo hacía Lubitsch en “Un ladrón en la alcoba”; para ser lo más descarado posible hay que ser lo más sutil posible. En la primera escena en la que se ve a Ethan, su presentación, el protagonista escala en solo integral una peligrosa, enorme y empinada formación rocosa, un simbolismo visual de lo que es una gran erección y una frenética masturbación. 

Para detener a Sean, Ethan debe reclutar en su equipo a quien fuera su novia, Nyah, una ladrona buscada internacionalmente. Pero esta no está por la labor, y el protagonista la persigue en una escena utomovilísticamente erótica. Los dos coches (el de Ethan y el de Nyah) girando juntos y pegados el uno al otro en un frenesí mostrado en primeros planos y cámara lenta no deja de ser una escena de sexo en la que se representa ingeniosamente a esos dos personajes follando juntos. 

La intención del jefe de la FMI es que Nyah vuelva a ser la novia de Sean para que informe Ethan de lo que pretende hacer con el antivirus que consiguió. Al protagonista no le hace mucha gracia, pues ahora Nyah es también su novia y no cree que pueda volver a ser la novia de Sean de forma creíble ni que éste no sospeche, pues Nyah es una ladrona y no está entrenada para misiones de infiltración, a lo que el personaje de Hopkins replica que si sólo ha de mentir a un hombre y acostarse con él, siendo mujer Nyah tiene el entrenamiento necesario. Huy, que machista... propio de un anciano homosexual atraído por la juventud carnal y hermosura facial de un empleado suyo y envidioso de Nyah por ser ella y no él quien se acueste con Ethan. 


Pero el jefe del FMI no es el único que siente envidia de Nyah, también Hugh Stamp, lugarteniente de Sean, de quien está enamorado, por eso le da rabia Nyah, porque Sean ahora se acuesta con ella y no con él. Hugh y Sean mantienen una discusión a cuenta de Nyah, en una escena donde es palpable la tensión sexual, y luego se pelean en un forcejeo simbólicamente homoerótico. La amputación del dedo que Sean le hace a Hugh es, en realidad, una castración genital, para demostrarle que es su puta, pero Hugh está tan enamorado de Sean que, incluso después de éste abuso, le sigue siendo leal. Es más, incluso en el forcejeo Hugh siente excitación, pues está teniendo contacto físico íntimo con Sean, y esa sensación de placer se percibe en la actuación de Richard Roxburgh, seguramente a indicación de Woo en un buen ejercicio de dirección de actores. 

Sean, haciéndose pasar por Ethan, descubre el engaño de Nyah, y prepara una trampa a su ex-novia y a su ex-amante en las instalaciones de la farmacéutica donde se guardan muestras de Quimera. Es en ese momento, pasados ochenta minutos de película, cuando por fin se encuentran el protagonista y el antagonista, dos antiguos amantes enfrentados por un mismo objetivo, Quimera, y por una misma novia, Nyah, a quien Sean trae a las instalaciones como rehén y como coacción a Ethan para que le dé el virus. 

Previo al tiroteo que se produce en las instalaciones, Ethan y Sean se lanzan puyas mutuamente. El malo le comenta al protagonista que la parte más difícil de hacerse pasar por él es sonreír como un idiota cada quince minutos, pero el subtexto de ese comentario es en realidad que su sonrisa era lo que más le gustaba de él. El héroe le responde al antagonista que él siempre ha disparado demasiado rápido, hablando en realidad de que a la hora de follar Sean eyaculaba deprisa. 


Sin embargo, éste primer enfrentamiento es un preludio de una adrenalínica lucha final en un clímax frenético. La pelea física entre Ethan y Sean, cuerpo a cuerpo, es una extrapolación alegórica de una mutua violación. Mientras que cuando eran amantes usaban el sexo para dar placer al otro, en su enfrentamiento último convierten el acto sexual en una manera de hacer daño al otro. La espuma blanca que provocan las olas al romperse contra la costa rocosa es un simbolismo de la eyaculación de esperma que se produce en ese recíproco forzamiento sexual. 

Ethan mata a Sean, y la película termina con el protagonista y Nyah juntos en un parque de Sídney rodeados de niños, la cámara se eleva y el último plano que vemos es un plano general del parque y, de fondo, la ópera de Sídney, en un ángulo que hace insinuar dos grandes pechos, y el puente de la Bahía de Sidney, mostrado como si fuera una polla erecta. Una sutileza visual de que Ethan y Nyah van a follar y tener hijos, muy parecido al último plano de “Con la muerte en los talones” (Alfred Hitchcock, 1959). La manera más cercana de ser explicito es ser sugerente. 

“Misión: Imposible 2” no es la primera gran película en sugerir la homosexualidad del protagonista o de uno de los personajes principales. Antes ya ocurrió en propuestas como “Rebelde sin cusa” (Nicholas Ray, 1955), “Ben-Hur” (Willim Wyler, 1959), o “Espartaco” (Stanley Kubrick, 1960). Cabría esperar que, cuatro décadas después, no fuera escandaloso que el/la protagonista de una superproducción de Hollywood fuera homosexual de forma visible, y además se le/la viera manteniendo relaciones con otras personas de su mismo sexo, y además interpretados por actores famosos en producciones de acción o que fueran más allá de las comedias burlonas o los dramas intimistas sobre abogados con sida o transexuales con sida o clichés con sida. Resulta vergonzoso que la homosexualidad fuese tabú en las superproducciones hollywoodienses hace veinte años, y resulta más lamentable que lo siga siendo aún. Grandes o exitosas producciones como las tres películas de “John Wick”, los tres últimos episodios de “Star Wars”, “Alien: Covenant” o “Passengers” podrían haber tenido perfectamente protagonistas homosexuales. Al fin y al cabo, homosexualizar forzosamente a un personaje de ficción no es peor que la heterosexualidad forzosa. 


Sin embargo, y a pesar de la censura LGTBI perceptible en la película, “Misión: Imposible 2” no deja de ser una propuesta oportuna actualmente, pues trata de fondo un cuestión presenciable en cualquier época desde la invención de la Bolsa, lo peor que ha dado Bélgica a la humanidad, empatando con Leopoldo II. 

En la película, el directivo de una farmacéutica fabrica un virus para poder vender la vacuna. Si no existe la necesidad del producto o servicio que vendes, crea dicha necesidad. A eso se le llama capitalismo, y si además crear dicha necesidad depende de causar miles de muertos, a eso se le llama doctrina del choque. Es lo que ocurre actualmente con el coronavirus, al que los mas-media han rebautizado como Covid-19, como si fuese una mascota olímpica, para que suene menos amenazante, la gente se confíe más y, por tanto, se contagie y tengan necesidad de una vacuna ya fabricada pero que las farmacéuticas esperarán unos meses y miles de muertos más a venderla para que la gente esté más desesperada y pague más por ella. Es lo mismo que ha ocurrido con el gel desinfectante, cuyo precio ha aumentado un 650% en Italia, y las mascarillas, que han subido un 1.700%. 

En éste sentido, “Misión: Imposible 2” es tan premonitoria de la actualidad como lo fue “Enemigo público” (Tony Scott, 1998). La implementación de la doctrina del choque queda mostrada y denunciada socialmente en esta producción que la impresionante música compuesta por Hans Zimmer convierte en una epopeya sonora. Visualmente la película no es menos potente, pues se percibe un John Woo entusiasmado y apoyado por un brillante trabajo de fotografía y montaje. No cabe negar que la segunda entrega de esta saga cinematográfica producida por Tom Cruise es una obra de autor, estéticamente no puede ser más evidente la firma del director. 


Tan diferente es esta “Misión: Imposible 2” del resto de películas de la saga (sobretodo de las tres últimas), que es la entrega en la que el protagonista actúa de manera más individualista, prácticamente él sólo hace el 80% del trabajo de su equipo. Partiendo de éste hecho, y de la base de tragedia griega en la que se sustenta la trama, parece casi inevitable que la historia parezca un melodrama de tintes épicos. 

Y a pesar de tener un estilo wooniano tan descarado, la forma nunca resulta antepuesta al contenido, al contrario, la virtuosidad visual y sonora se presta al servicio de una historia en aparencia sencilla pero en verdad apasionante y socialmente crítica. 

En conclusión. “Misión: Imposible 2” no es la mejor película de la saga, pero sí la que más se disfruta, mérito principalmente de John Woo y Hans Zimmer. Tanto es así, que dan ganas que estos dos genios vuelvan a participar en otra entrega de Misión Imposible.

Mi calificación es: