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lunes, 16 de noviembre de 2020

CRÍTICA LA BELLA Y LA BESTIA (1946), POR ALBERT GRAELLS

SISTEMA DE CALIFICACIÓN: ☆ MALA BUENA MUY BUENA EXCELENTE

Sinopsis: Érase una vez un mercader arruinado que vivía con su hijo Ludovic y sus tres hijas. Dos de ellas, Felicie y Adelaide, son seres egoístas que explotan a su hermana pequeña Bella. Un día, el padre se pierde en el bosque y llega hasta un castillo. Allí encuentra una preciosa rosa y decide cogerla para Bella, entonces aparece el señor del castillo, una bestia que le impondrá un duro castigo por su osadía. 

Quien escribe no puede evitar comparar “La bella y la bestia” de Jean Cocteau con las otras dos versiones que ha visto, la francesa de 2014 dirigida por Christophe Gans, que resulta una propuesta artísticamente tan interesante y creativa como la versión de Cocteau, y esa mierda hollywoodiense del 2017 dirigida por Bill Condon, alguien que, pudiendo hacer cosas muy bien (porque sabe hacerlas), la gran mayoría de las veces las hace muy mal. 

La versión de Cocteau tiene más mérito que la de Gans. La de Gans está bastante bien, pero porque es Gans, porque se expande más en la historia, y porque tiene mucho más dinero y medios para hacer mucho más espectacular el mundo que dibuja la historia: los decorados, el vestuario, etc. Decorados y vestuario de verdad, se entiende, no generado por ordenador como hicieron en la versión de Condon, que metieron tanto ordenador que podrían haber hecho la película directamente toda entera en animación digital, como hizo Robert Zemeckis con “Beowulf”. 

La bestia de Cocteau es la mejor a nivel de caracterización, porque es todo maquillaje. No hay, evidentemente, CGI, es sólo maquillaje, pero un maquillaje muy bien currado, no es sólo una máscara inamovible, te crees de verdad que es una bestia, te lo comes, no parece falso. La bestia de Gans está hecha mitad maquillaje protésico y mitad CGI, y aunque no se vea tan real como la bestia de Cocteau, igualmente te lo comes, porque sigue pareciendo algo físico, algo palpable. La bestia de Condon, por el contrario, es horrible, se nota el CGI a kilómetros, se ve que es una animación digital, no es creíble. 


Otra razón por la que la versión de Cocteau es la más interesante y meritorio es por cómo el director consigue solventar las limitaciones técnicas y presupuestarias, que las hubo. No tiene CGI, y no parece tener tampoco mucho dinero. No hay muchos decorados, sólo la granja, el castillo con sus jardines, el bosque y poco más. Sin embargo Cocteau consigue solventar esos obstáculos y ofrecer una versión que entusiasma y emociona un millón de veces más del que lo hace la versión de Condon con 200 millones. Porque en la versión de Condon hay muchísimo más, pero todo lo muchísimo más que hay es digital y se nota, sin embargo en la versión de Cocteau hay poco, pero todo lo poco que hay es real, y por eso emociona mucho más. 

“La bella y la bestia” de 1946 emociona más que las otras versiones también por la historia, o más bien por cómo está contada. La historia es la misma en las tres películas, sin embargo la versión de Cocteau es la más corta (poco más de hora y media), y no porque simplifique la historia sino porque se abstiene de mostrar subtramas secundarias que sí salen en las otras dos versiones. Eso permite a Cocteau contar la misma historia sin el costo de explayarse mucho, y la escribe de tal modo que los principales decorados de la película sean la granja de Bella y el castillo de la Bestia, lo cual ayuda a no incrementar costos. 

El decorados del bosque está muy bien hecho y muy bien utilizado. Son cinco metros de camino con diez árboles, pero al grabar con las cámaras en distintos planos y haciendo que el caballo haga el camino a la inversa, parece que el decorado es mucho más grande y que parece todo un bosque. Hay otro truco que ayuda a dar esa sensación, que es poner ramas en primer termino dentro del plano, entre la cámara y el actor, dando la sensación que hay más árboles, y al mover las ramas para dar paso al actor se da la sensación de que son los árboles los que se mueven y que el bosque está encantado, aunque esta claro que en realidad eran un par de técnicos uno a cada lado de la cámara moviendo las ramas con las manos, pero es un buen método, un truco muy sencillo que tiene una gran efectividad. 


No son los únicos efectos visuales conseguidos con un aprovechamiento creativo de la escasez de medios. Como el equipo de fotografía no se podía permitir el uso continuado de un mismo tipo de película fílmica (no había mucho donde coger y elegir, la película se rodó apenas terminada la guerra en Europa), decidieron los distintos tipos de celuloide de los que disponían para cada una de las localizaciones de la película, lo que ayudaba a conseguir una atmósfera onírica a la historia. O las velas que se encienden solas cuando el mercader pasa frente a ellas, efecto que fue conseguido soplando y, más tarde, proyectando la película a la inversa mientras el actor caminaba hacia atrás. 

Esta imaginativa resolución de convertir los problemáticos avatares de una producción en una oportunidad creativa de mejorar la película es necesaria no sólo porque un director ha de tener imaginación sino porqué, en éste caso, se está adaptando un cuento (escrito en 1757), el típico cuento de hadas, de fantasía. Se necesita imaginación para adaptar acertadamente una obra tan imaginativa, y Cocteau tenía esa imaginación, y no sólo en el aspecto técnico sino también en el artístico, en la decoración, en el vestuario, en el maquillaje... la luz, también. 

El decorado del castillo, por ejemplo, son dos cuartos y un pasillo, además del jardín, porque no había dinero para más. Pero Cocteau compensa esa sencillez con una planificación lumínica que da la sensación que el castillo es muy grande a pesar de la simplificación del decorado, trabajando sobretodo las sombras y la proyección de estas. Hay elementos decorativos que ayudan a dar la sensación no sólo de enormidad y grandilocuencia sino también de encantamiento, como los rostros esculpidos en piedra que se mueven, o los candelabros con forma de brazo que también se mueven (Joel Schumaher se basó mucho en esta película para algunos diseños de su “Fantasma de la ópera”, que no deja de ser, al igual que “King Kong”, otra versión de la bella y la bestia). 


Esta no fue una película sencilla de hacer. A pesar de su corta duración, el rodaje duró cinco meses, retraso causado, entre otras cosas, por las constantes interrupciones en las tomas de los vuelos de ensayo provenientes de un campo de entrenamiento aéreo próximo al set de rodaje, y la abrupta enfermedad del director cuya gravedad le llevó a ser ingresado en un hospital de París. El actor que interpretaba a la bestia (que también hacía un doble papel interpretando al pretendiente de Bella) no lo pasó mejor que el director, debido a las cinco horas de sesiones diarias de un maquillaje que le provocaba graves problemas cutáneos y alérgicos que le impedían, en ciertos momentos de la grabación, comer alimentos sólidos o montar a caballo. 

“La bella y la bestia” de Jean Cocteau es una obra de visionado ineludible por su magnífica e impresionante imaginería y creatividad técnica, artística y visual, y por su historia bellamente narrada, y porque es la mejor versión en imagen real que se ha hecho del homónimo cuento.

Mi calificación es: